Qué cosas raras se le pasan a uno por la cabeza cuando está quitando el papel pintado de la pared de casa de sus cuñados. No sé si es porque pongo un disco de Ozzy Osbourne para amenizar la tarea o porque los montoncitos de yeso en polvo que se depositan en el rodapié me sugieren ese gran producto nacional colombiano (no, no me refiero al café), el caso es que me acabo acordando de un documental que ví hace unos años un sábado que llegaba yo todo bolinga a casa. Te sientas a comer algo a las 4:30 a.m., pones Antena 3 y empiezan a salir unos melenudos moviendo la cabeza bajo el siguiente título: "La decadencia de la civilización occidental, parte II: Los años del Metal".
Filmado a finales de los ochenta por Penelope Spheeris (directora también de la primera parte, centrada en el movimiento punk, y de "El mundo de Wayne", no podía ser de otro modo), el documental recoge en una nutrida serie de entrevistas el modo de vida de las estrellas, grupos de segunda fila y fans anónimos del rock estilo Los Angeles en su punto álgido. Es una puta joya de documento sobre uno de los mejores momentos (y lugares) del rock de todos los tiempos. Están todos: Ozzy, los Kiss, Alice Cooper, Aerosmith, Lemmy de los Motörhead, los W.A.S.P., unos jovencísimos Poison… Hay algunos momentazos increibles, como ver a Ozzy antes de desintoxicarse del alcohol, en albornoz de leopardo, intentando servirse un zumo de naranja dentro del vaso (sin conseguirlo porque tiene un pulso como para robar panderetas) y diciendo que estar sobrio es una mierda. A veces parece que el film peca de moralista, pero dados los excesos de los que hacían gala estos personajes en la época, es fácil que cualquier aproximación al tema lo sea. Sin embargo hay algunos momentos realmente puritanos por parte de los guionistas, como preguntarle a Paul Stanley de Kiss, tirado en la cama sobre una multitud de chicas Barbie de flequillos lacados (como mandaban los cánones) lamiéndole, sobre lo que pensaría su madre en ese momento si pudiera verle. La respuesta de Paul es evidente: "¿Debería preocuparme?" Para otros personajes sin embargo esta cuestión no es una conjetura, por ejemplo para Chris Holmes de W.A.S.P., que vacia delante de la cámara en apenas unos segundos una botella de vodka metido en la piscina ante la atenta mirada de su madre, sentada al borde del agua. Acojonante.
No soy yo muy dado a experimentar estos excesos en mis carnes, pero adoro a las estrellas del rock por su capacidad de inflingirse un daño semejante en pro de nuestro solaz y diversión, como unos modernos jesucristos de la cultura del ocio. Qué gigantes. Admirable. ¡Yo también quiero ser un rockero! La gran diferencia es que mientras yo me como vario kilos de yeso en polvo en Auvergne, los Aerosmith en aquella época y en Los Angeles elegían mejor qué meterse al cuerpo. A la pregunta de la entrevistadora "¿Qué habéis hecho con todos los millones de dólares que habéis ganado hasta la fecha ?", Steve Tyler responde "Nos los hemos metido por la nariz". Y todo esto cuando Michael Chambers me acaba de mandar un enlace al nuevo anuncio de la O.N.C.E.
Pues eso, que a veces estar sobrio es una mierda.
31/7/07
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Yeso y decadencia |
16/7/07
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Précaution, ami conducteur! |
Ya de entrada partimos del suceso increíble de atravesar París en menos de 25 minutos el domingo 15 de Julio por la mañana. Ni atascos ni desvíos incomprensibles. Un trayecto limpio y preciso, casi quirúrgico. Acojonante. ¿Os imagináis un milagro semejante en las circunvalaciones de Madrid ? Ni por el forro. El hecho subyacente es que ya van unas cuantas veces que estoy en París de esta manera: en coche y deseando dejarla atrás lo más rapidamente posible. Y la verdad es que París se merece mucho más. Se merece una visita en condiciones, cosa que llevo posponiendo por lo de siempre, la puta falta de pasta, y mira que vivo a sólo una hora y poco en tren de la Ciudad de la Luz.
Pero bueno, yendo al grano: los gabachos conduciendo son la hostia. Prudentes, hábiles, cívicos y considerados. Las incorporaciones en carril de aceleración son pura cortesía. Rara vez superan el límite de velocidad (que aquí está en 130 Km/h) y si lo hacen es por muy poco. En un viaje de seis horas no nos cruzamos con un solo energúmeno de los que en España te adelantan a 220 o se te pegan al culo dándote las largas, o al típico camionero cabrón que te obliga a incorporarte ya en el arcén. Por otro lado, casi todas las grandes vías son autopistas de pago, y son caras de cojones. Además, se impone la política empresarial de supresión de puestos de trabajo que también se empieza a ver en las cajas del supermercado: los pagos se hacen por tarjeta a través de una máquina. Eso sí, en algunos puestos de peaje los pocos empleados humanos que quedan reparten bebida bien fresquita y regalillos, como juguetes para los críos y cosas así. En nuestro caso un tercio de té con melocotón y una baraja de cartas de las siete familias.
La información en carretera está tremendamente bien coordinada. Si una mosca caga en el asfalto te enteras tres minutos más tarde, no vaya a ser que suponga un obstáculo para la circulación. Y en dos minutos más los operarios ya la han recogido, sin preparar apenas atasco, y tú te enteras de todo esto por la radio, en francés… ¡Y luego en inglés para los conductores extranjeros! Alucinante. Pues eso, que un placer conducir en este país. ¡Nos leemos a la vuelta!
11/7/07
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Ostras o mortadela |
He bebido vinos de más de 300€ la botella. He pagado una habitación de cinco estrellas y la he llenado de pétalos de rosa y de velas para despedir a Marion la noche que acababa su Erasmus, y encargué las copas para el vino especialmente para la ocasión (las del hotel no me convencían). He viajado 700 Km para meterme una mariscada. Por circunstancias familiares ayer cené aquí (atención al hilo musical, es mierda de la buena). He compartido mesa y batalla dialéctica, al más puro estilo salones del XVIII versallesco, con algunos de los más reconocidos y potentados médicos de Francia. Me he visto en muchas ocasiones compartiendo placeres o lugares indignos de mi clase, origen y condición, reservados hasta hace pocas décadas a las esferas sociales más selectas, con personas que nacieron en ese medio. Y no me he sentido extraño. Es más, me he encontrado extrañamente cómodo en ese ejercicio social de la clase alta que es la asunción del lujo, hasta el punto de que apenas recuerdo esos momentos, precisamente por no ser extraordinarios. Los que os cuento antes son los más recientes, los demás han pasado a engrosar la lista de momentos olvidados corrientes.
¿Cómo es posible todo esto? ¿Cómo se puede dar una contradicción tan enorme? Soy el último mierda del mundo occidental, como demuestran los siete céntimos en metálico de mi cartera y mi cuenta corriente a cero. Este mundo que hemos creado es ilógico e incomprensible, porque permite a descastados de clase baja-baja como yo codearse un día con las altas esferas y regalarse con sus placeres para negarle al siguiente los dos duros imprescindibles con los que hacer un viaje mochilero con sus amigos, durmiendo al raso y comiendo bocadillos de mortadela.
No puedo ir a Italia, chicos. De hecho he tenido que poner publicidad en el blog para ayudar a pagar mi (ínfima) parte del alquiler, dado que me he quedado sin alumnos hasta septiembre. Otro año más, y ya van ocho, que no puedo hacer El Gran Viaje del Verano. Otro gran recuerdo que lamentaré haberme perdido el día que descubra que me he hecho viejo irremediablemente.
Dios, lo que daría por un bocadillo en la cuneta.
7/7/07
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Buceadores fecales |
Continuando con este extraño y no buscado periplo escatológico, estaba yo el otro día hablando con Antoine sobre oficios peligrosos, inusuales o extraños, un tema que salió a flote al comentar las experiencias de mi hermano con el submarinismo y la soldadura, que juntos en la misma ecuación dan como resultado una cantidad de pasta tremenda (en la escala proletaria, no en la banquero-futbolística) y un máximo de vida laboral de cuatro años porque más allá se te va la chaveta por la descompresión, cuando de repente me suelta la bomba que da título a esta entrada. Antoine trabaja en algo relacionado con las infraestructuras en el tratamiento y recuperación de aguas residuales. Pues por lo visto toda la mierda (y cuando digo mierda me refiero a las aguas exclusivamente fecales, la caca, vamos) de la que somos capaces se almacena a veces en vastísimos espacios subterráneos, comunicados por esclusas y otros mecanismos sumergidos a muchos metros de mierda de profundidad que, como todo mecanismo, precisan de mantenimiento y reparaciones. Pues hay unos buzos, amantes de las emociones fuertes donde los haya, que se encargan de sumergirse en esos mares de heces, buscando a tientas (debido a su densidad la mierda no deja pasar la luz) estos mecanismos y arreglarlos, rodeados de la podredumbre en estado puro, en una de las experiencias más intensas y extremas que se me ocurre. Acojonante, ¿verdad? El caso es que tras la sorpresa inicial de que existan trabajos como éste, me asaltó la impresión de que había algo de poesía en todo esto y que, de alguna manera, era una metáfora brutal de algo. No sé de qué, pero metáfora al fin y al cabo. ¿Qué creéis vosotros? Pensad en algún sugerente símil cuando vayáis a hacer vuestra contribución diaria.
Hablando de otra cosa diametralmente opuesta, en la última entrada los siempre bien recibidos comentarios me llevaron a varios blogs bastante interesantes que, junto con los ya añadidos, os recomiendo vivamente. Son: ¡Por fin es lunes!, Cerrado por melalcoholía y Chascarrillos y Zarandajas. ¡Tres enlaces de una sola entrada! Casi igual de reciente en el blogroll os recomiendo también Planeta Imaginario 2 (absolutamente cojonudo en general, pero no os perdáis Chicago-Madrid egotrip) y los ya casi de la familia Basilio en el Bolsillo y Alicia en el País de las Pesadillas, en el que este blog ha tenido el gustazo de ser galardonado con el Alicia Award al mejor ídem (¿el jamón donde lo mando?)
¡Nos leemos!
2/7/07
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Semántica y mierda |
Dentro de unas horas Marion expondrá (¡por fin!) su seminario sobre comics y arquitectura. Llevamos dos días con sus noches preparando la presentación para el tribunal, pero aún así yo tengo que sacar tiempo para una entradita del blog, ya me vale. Y además bastante prosáica. Bueno, el tema, que resulta que tanto hablar francés y tanta hostia… y al final me falta el vocabulario más básico y necesario para sobrevivir: No se como se llaman las putas especias. No sé como se dice comino, albahaca, eneldo, hinojo, clavo… Perejil y pimentón sí (pimienta = poivre, pimiento = poivron, pimentón = piment, que siempre me lío, como si no hubiera diferencia entre echar pimiento y echar pimienta, sabes?). Pero calla, que aún tiene más delito. ¡No me sé ni un puto nombre de pescado! Salvo la morue, que es el bacalao y es el único que no me gusta, hay que joderse. No sé como coño se dice lenguado, dorada, lubina, merluza, rape, palometa, boquerón, mero, besugo, gallo (de mar, el otro es "coq", como la marca de sudaderas)… Así que con lo que me gusta a mí la cocina (y más aún la mesa) ando medio cojo. A ver qué pido cuando tengamos pasta para ir a un restaurante. Un… un pescado de esos así, planos, con raspas por los bordes y los dos ojos del mismo lao… a la hierba esta… ¡Bueno, yo que sé, traeme un filet mignon de foie empanao!
Ellos tampoco andan finos con su propio vocabulario. Al poco de llegar aquí estaba yo un día en la cocina y se me derramó algo por el suelo. Cuando pregunté a los compañeros de piso que donde estaba la fregona me tiré media hora explicándoles en qué consistía este invento español, alarde de ingenieria y orgullo patrio junto con el chupachups, el futbolín (babyfoot para ellos) y el baile de los pajaritos, por mucho que se empeñen en decir que es "La danse des canards". "Ah, une serpière!" acabaron cayendo en la cuenta. Y no, la serpière que me enseñan es la mopa, para el polvo, no para recoger líquidos. Pues me tocó ir a La Farfouille, que es como una especie de todo a cien trampa (porque que es más caro que las tiendas normales, pero tiene pinta de todo a cien) y comprar una… si hombre, una serpière, no, esa no, para los líquidos, jodeeeer… Adivinad bajo que rótulo encuentro la fregona con su cubo: "Serpière espagnole". Manda huevos.
Claro que luego lo pensé y me dije, si no tienen palabra para designarlo es porque no les hace falta, asi que ¿Con qué limpian aquí el suelo? ¿Porqué me he visto obligado a buscar una fregona fuera de casa? ¿Qué hacen mis compañeros de piso cuando se les cae un líquido ? Pues creo que no hacen nada. Eso explicaría el color del suelo de la cocina… Al final resulta que no es un problema de semántica, sino de guarrería. ¡Si es que tenemos que venir los españoles a limpiar!