Esta semana he recogido un premio literario. He resultado ser el ganador de la segunda edición del concurso de microrrelatos Textículos, organizado por el Colectivo Laika con la colaboración del Vicerrectorado de Estudiantes de la Universidad de Valladolid y la librería El Árbol de las Letras. Es el segundo certamen que gano. El primero fue un concurso de cuentos que organizaba una conocida marca de leche en el colegio. Escribí la historia de la Princesa Lactosa, secuestrada por las malvadas bacterias de la leche sin pasteurizar y rescatada por el Príncipe Cálcico. A mí los cuentos de hadas me parecían entonces un coñazo insufrible, pero ya sabía que ése era el tipo de historias que un jurado adulto esperaba de un niño de ocho años. Les dí la mierda que querían y conseguí un boli con linterna. ¡El boli tenía luz de verdad! Aquello en los ochenta me parecía ciencia ficción, y acercaba mi realidad cotidiana de ropa fea y tardes grises negándome a jugar a la pelota a las historias de robots del espacio que sí me gustaban.
Que te doren la píldora de esta manera, al igual que cuando escritores que te gustan (como Txe Peligro o Mel Alcohólica) te dicen que “escribes guay,” puede hacerte pensar, con un par de cañas encima, que quizá tengas algo que hacer en este negocio si te pusieras en serio. Con una botella de vino y una amiga que trabaja como lectora para varias editoriales diciéndote que su opinión profesional es que te dejes de hostias y le des algo completo, casi te ves al teclado con la idea de una novela en la cabeza. Casi.
Pero luego te imaginas cómo debe ser el mundillo literario. El mamoneo y la corrupción. El amiguismo. Las puñaladas que se presentan con una sonrisa. Morderte la lengua (porque nunca se sabe quién va a poder enchufarte en algún sitio) cuando hablas con algunos escritores noveles para no decirles que lo que hacen no sólo te parece una puta mierda, sino que a todas luces es una puta mierda. Zafón y Fernández Mallo. El postureo mediático e institucional. Las peleas con los agentes y editores. Los iluminados y los pretenciosos ascendidos a vacas sagradas. Los muchos que se creen artistas y los pocos que saben ser artesanos. Es decir, exactamente lo mismo que en el mundillo musical indie con el que brego normalmente, pero con gente más fea y menos popular que prefiere trabajar encerrada en casa en vez de hacerlo sobre un escenario, donde además tienes que currarte la pinta y las habilidades sociales.
A mí me encanta escribir. Lo que no soporto es a los escritores.
31/12/11
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textículos |
1/11/11
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bicicleta |
Ir por la calle y exclamar “¡mira qué preciosidad!” Que tu novia crea que has visto a una tía buena y cuando se da cuenta de lo que estás mirando responda “estás enfermo”. Pero no poder evitarlo porque te gustan casi todas. Tener en un mismo cacharro medio de locomoción y gimnasio. La pasta que te ahorras en bonobús. Y en psicólogos. Llegar media hora antes. Ganar una hora al día. Ser consciente de que formas parte de una revolución, pero encabronarte al no ver a camaradas parados en los semáforos. Pensar entonces que si queremos respeto debemos mostrar respeto. Convertir un nuevo hábito en otro paso (entre cambiar de banco y apostatar) hacia una vida coherente con tus ideas sociales, económicas y políticas. La reducción de tu huella de carbono. La ciclonudista, las actividades de ASCIVA y el Garaje España. Volver a sacar la reflex a la calle, esta vez buscando joyas a pedales. La lástima al ver preciosas reliquias abandonadas contra una farola. El carril bici. Los peatones caminando por el carril bici, y pensar que cuando nos pintan una línea en el suelo caminamos por ella instintivamente, como borregos. Las cubiertas con banda blanca, como en los cincuenta. Las ruedas de 26”. No, mejor de 28”, bien grandes. Ajustarla bien alta para conducirla con la espalda lo más recta posible, como los verdaderos expertos (los chinos). Los cuadros de carreras antiguos pero con manillar de paseo. Los guardabarros a juego, los reflectantes, el transportín, la cesta, un manillar nuevo… Venga, y le pongo también una dinamo. El paseo en tandem por Central Park con la Niña Fatal, y sus vinilos adhesivos de cuadrícula de carreras (gracias peque). La que vimos en la Quinta Avenida hecha de bambú. Los cuatro duros que cuesta comprarlas, arreglarlas y tunearlas. La velocidad. La adrenalina. La sensación, de noche y sin tráfico, de viajar por el espacio.
La emocionante experiencia de descubrir, contra todo pronóstico y a los treinta y tres años, que todavía hay nuevos mundos con los que apasionarte (e incluso obsesionarte) tanto como cuando eras un crío y empezaste a tocar o a escribir. Y saber que, si alguna vez no te quedara nada más en la vida, podría llegar a bastarte con montar en bici para ser feliz.
18/8/11
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biblioteca |
Hace años que vengo a esta biblioteca. Décadas, incluso. Me recuerdo de crío viniendo a buscar cómics de Tintín los viernes por la tarde después de clase, sin terminar de creerme que todos aquellos tomos estuvieran a mi disposición. En verano pasaba muchas tardes aquí buscando libros de "Elige tu propia aventura", siendo consciente, mientras la luz de aquel sol crepuscular se me quedaba grabada en el subconsciente como una llamada a lo que luego sería mi infancia, de que todavía me quedaba la vida entera, que contemplaba con esperanza y avidez. Sabía que si estaba allí metido leyendo era porque aún no había empezado a vivir de verdad, y que el futuro sería más intenso y emocionante de lo que jamás podría llegar a leer.
Algo de verdad ha habido en aquella idea, aunque junto con las emociones y la libertad de convertirme en un adulto también ha habido mucha mierda que tragar. Pero sigo viniendo aquí cuando necesito algo de esperanza en el futuro, emociones de mentira o vivir las vidas de otros. En ocasiones he estado lejos de esta biblioteca. He emigrado, como vosotros, y he vuelto. Ahora, mientras busco libros de relatos de Raymond Carver, sé que, probablemente, cuando apenas me quede futuro y esté cansado de emociones de mentira y vidas de otros, podré salir de casa, acercarme de un paseo hasta aquí y recordar todo aquello que siendo un crío esperaba de mi vida, a la luz de este sol crepuscular.
15/6/11
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The Ángel Stanich Experience (y III) |
Tras recibir la visita de nuestro buen amigo Ángel Román al final de la sesión del lunes, la del martes se dedicó íntegramente a grabar arreglos y colaboraciones, o en palabras de nuestro ingeniero Javi Dobro, "el día de los cachitos. Lo odio". Por la mañana se terminaron de grabar los arreglos de guitarra de Vielba y las percusiones de Guille, así como los coros. Luego por la tarde, en un histérico sprint final, llegamos Eva Busto para grabar los coros en "Miss Trueno 89", Jesús Bravo para el acordeón en ese mismo tema y Hammond en "Camino Ácido" y "El Outsider" , Víctor Alonso de NTD para grabar en vídeo recursos en vistas a un posible videoclip y yo mismo, que aproveché para tirar un par de gritos a lo Tex-Mex para la toma de ruido ambiente ("quiero atmósfera de bolera", nos dijo Stanich) del corte instrumental.
Fue una sesión realmente condensada y productiva hasta el extremo, pero todos los nervios acumulados hicieron que finalmente el último intento de mejorar la toma de "El Cruce (Estuve)" solo fuera útil para el vídeo de Víctor, lo cual ya es en sí mismo un buen resultado.
Por otro lado, aunque yo dejé el estudio un par de horas antes de finalizar la grabación, tengo entendido que las colaboraciones de Bea y Jesús fueron todo un éxito. Especialmente el trabajo de Jesús fue excepcional, incluso improvisando arreglos de Hammond en la cabina de mezcla minutos antes de terminar la sesión, que resultaron sonar impecables. Un grandísimo profesional, sin duda alguna.
Ahora queda la mezcla, para lo que aún faltan unas semanas. De momento unas cuantas fotos de lo que ha sido una gran experiencia. Y el más sincero agradecimiento a todos los implicados, que han prestado su tiempo y buen hacer de manera desinteresada. Muchísimas gracias a todos.
14/6/11
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The Ángel Stanich Experience (II) |
11/6/11
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The Ángel Stanich Experience |
24/5/11
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carta abierta a los votantes del PP |
Queridos conciudadanos:
Teniendo en cuenta las cifras de participación y los resultados de las últimas elecciones municipales y autonómicas, aproximadamente casi uno de cada tres de vosotros vota al Partido Popular. En mi región y en mi ciudad la proporción es mucho mayor. Hace unos días os ví por televisión celebrando la victoria del partido al que votais, y entonces me dí cuenta de que esa noche en la calle Génova no había nadie a quien yo pudiera conocer. Convivo con vosotros, pero no os conozco. No sé cómo sois ni lo que pensais. No sé nada de vosotros. De repente me siento un extrajero en mi propio país. Sé que no sois mis amigos ni mi familia. Sí que sois una compañera de trabajo algo indiscreta, un antiguo amigo del instituto en una situación difícil... Ni por asomo sois una de cada tres personas de mi entorno. ¿Dónde estais los demás? Me obligais a acatar unas normativas municipales y autonómicas que considero injustas, pero lo acepto de buen grado porque, a pesar de que creo necesaria una reforma de la Ley electoral, aún creo en los principios de la democracia, y defendería, incluso violentamente si fuera necesario, vuestro derecho a votar al PP.
¿Tan distintos somos, vosotros y yo? ¿Tan incompatibles son nuestras ideas sobre la libertad, la justicia, la igualdad y la solidaridad? Yo creo que no. Precisamente por eso me gustaría saber porqué el PP. No he leído su programa electoral, no sé si vosotros lo habéis hecho, pero necesito entenderlo. Qué es lo que a mí se me escapa que vosotros tenéis tan claro, cuales son las propuestas que os parecen tan acertadas... Qué os han prometido, en definitiva. Qué os dan. Porque me siento como si delante de mis narices una logia secreta, de la que todo el mundo forma parte menos yo, fuera la guardiana de una solución milagrosa para todos los males. No me malinterpretéis, lo digo sin acritud ni ironía. Sé que no es así, sólo intento expresar cómo me siento. Y ese sentimiento es injusto para vosotros y para mí. Por eso necesito comprender. Necesito que me digais porqué votais al PP.
Tened en cuenta que NO soy un votante del PSOE (a los que sí que entiendo y conozco, porque fuí uno de ellos), así que los argumentos basados en el “y tú más”, que parecen monopolizar la discusión política de este país desde hace tanto ya que no recuerdo otro discurso político, en este caso no sirven, porque en eso estamos de acuerdo. Y no por eso voto al PP.
Por favor, explicádmelo. Convencedme. Os escucho.
16/5/11
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la habitación interior |
Tengo una habitación en mi interior. Una celda casi, con una ventana diminuta que da a un sombrio patio de luces. Es un cuartucho barato con una cama vieja de noventa, un escritorio minúsculo y un armario desvencijado que mis caseros estuvieron a punto de tirar, hasta que decidieron amueblar este piso y alquilarlo. En este cuarto guardo la ropa imprescindible (me deshice de toda la que no me ponía en la última mudanza), un par de tomos de Chris Ware y Daniel Clowes que aún no he leído (el resto de mi biblioteca está en casa de mis padres, no podía seguir cargando con ella), un ordenador que me acabo de tener que comprar, la guitarra y los discos de vinilo, que escucharé cuando compre un tocadiscos. Nada más. No guardo fotos, ni muebles, ni objetos con valor sentimental, ni cajas con cosas de mis ex, ni un tercer juego de sábanas y de toallas, ni productos de afeitado que nunca uso, ni apuntes de cursos pasados, ni otro tipo de trastos inútiles que dificulten los traslados.
Hace poco he estado a punto de mudarme a esa habitación que ahora sólo existe en mi interior. Afortunadamente La Niña Fatal y yo resolvimos nuestras diferencias con sinceridad y decidimos darle un nuevo plazo a nuestra vida en común, en la que sí tenemos algunas cosas que perder.
Pero sigo guardando esa habitación dentro de mí. Por si algún día me hiciera falta.
26/3/11
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ensoñaciones del paseante encabronado |
He vuelto a sacar del armario las mallas cortas y las zapatillas. El cuerpo me lo estaba pidiendo. Sin embargo correr me generaba mucho ruido mental, así que he convertido un acelerado paseo de jubilado (algunos lo llaman marcha) en mi única actividad deportiva. Este ritmo sí que te deja empaparte hasta el fondo del entorno urbanístico de la ruta.
Vivo en un barrio residencial a las afueras de una capital de provincias. Cuando se edificó, hace quince años, esto era el culo del mundo, pero al menos se organizaba alrededor del final de la gran avenida que recorre la ciudad. Y se pobló. Lo que le ha crecido a los lados en los dos o tres últimos años no lo ha hecho. Es una zona perfecta para salir a mover el culo por la noche: Amplias avenidas sin tráfico, nadie que te vea sudando con esa pinta, una somera iluminación muy propicia para tener epifanías decadentes y crepusculares si te llevas contigo a Tom Waits o a Miles Davis... Unas calles, más que tranquilas, directamente muertas. Es como salir a pasear por los restos de la civilización después de una hecatombe nuclear. El fin del mundo debe parecerse mucho a esto. Y me encanta el fin del mundo.
La sensación es exactamente la opuesta a la que tienes cuando visitas el viejo barrio en el que te criaste. Allí una baldosa levantada, una farola, una verja... son los receptáculos físicos de una mitología generatriz que desemboca en lo que luego ha acabado siendo la historia de tu vida. Por no hablar de los parques. Lágrimas como puños se me han caído visitando los parques de mi adolescencia.
Pero estos barrios fantasma no significan nada. Nadie va a recordar estas arboledas, estas aceras o estos portales emocionado pensando “aquí me caí con la bici y me hice esta cicatriz” o “aquel verano me dí el lotazo con la Jesi en este rincón”. Estos barrios fantasma tienen una población fantasma que no está aquí. Está viviendo su vida en alguna otra parte. Y esa es la peor de las derrotas de los promotores inmobiliarios. No la económica, sino la derrota moral: Han dejado de ponerle el decorado a las vidas de la gente para pasar a ponérselo a los paseos de un triste treinteañero sudoroso en mallas. Aunque a ellos no les importe una puta mierda.
3/3/11
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apología del hurto |
La Niña Fatal y yo vamos a ver una película a un multicine. Uno grande, con más de diez salas y un porrón de metros cuadrados. Y una sola taquillera para cobrar las entradas. Las pagamos, compramos unas palomitas y un refresco y nos dirigimos a una de las tres salas en las que proyectan lo que queremos ver. No hay nadie que nos pida las entradas ni nos corte el paso, ni en el hall ni en la sala. Entramos. Empiezan los anuncios. El primero encadena una serie de planos que sugieren la idea de la espera: Un semáforo en rojo, una lavadora centrifugando… Luego un dispensador de entradas automático del mismo cine en el que estamos. Aparece la frase “Se acabó la espera”, y luego “Utilízalos”. “Ayúdanos a despedir a los pocos empleados que aún necesitamos”, pienso yo. Vemos la película y nos vamos. Nuestros papelitos con el número de butaca están intactos. La explicación a esta desolación es bien sencilla: Es lunes a las seis de la tarde.
Unos días después La Niña Fatal va a comprarse unos pantalones. Mientras espera a que alguien aparezca en caja y se los cobre yo la llamo por teléfono. El hilo musical de electrónica a toda tralla no le deja escuchar, así que con los pantalones aún de la mano sale de la tienda para hablar conmigo. El arco de seguridad no pita, pero ella se da cuenta de que se los está llevando sin pagar y vuelve a entrar. Esta vez sí, la alarma hace que una dependienta salga y le cobre. Era un martes a la hora de comer.
Sería fácil poner más ejemplos en el sector hostelería, pero seguramente ya os habréis encontrado con muchos camareros demasiado ocupados para cobraros, y sabréis de qué hablo. Nunca antes chorizar o hacer un sinpa había sido tan fácil. A los grandes comercios no les cuesta nada estirar los horarios de sus empleados y mantener abiertos los establecimientos durante todo el día, pero no les sale rentable colocar a más de uno o dos, salvo en los momentos de mayor afluencia. Al final tienes al dependiente cobrando, ordenando el almacén y limpiando, todo en el mismo turno, con lo que no está haciendo bien nada. Tampoco las labores de vigilancia. Así que sólo consiguen cobrarnos porque confían en que paguemos. Por otra parte, el nivel de compromiso de estos empleados con la empresa es cada vez menor. Ninguno quiere problemas, y menos por los cuatro duros que les pagan.
Enseñemos a los responsables de recursos humanos de las grandes cadenas de ocio, restauración, textil y consumibles de todo tipo por qué necesitan más contratación, y hagámoslo con el único lenguaje que entienden: El dinero. Llamemos la atención sobre las precarias condiciones de trabajo de sus empleados a través de las pérdidas y COMETAMOS HURTOS. Continuamente. Porque es el mejor momento para hacerlo. Porque es nuestro deber ciudadano. Y porque, qué demonios, nos vendrá bien ahorranos una pasta con la que está cayendo.
Yo voy a empezar hoy mismo.
10/2/11
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hijos |
La Niña Fatal y yo quedamos en un café con una amiga suya, casada con el antiguo teclista de mi banda. Tienen un hijo de un año.
-Ya no vemos la tele. Nos quedamos horas mirando absortos las caras que pone el niño practicando expresiones faciales. Es todo un espectáculo. Cuando cree que no le oímos también "habla". Practica pronunciaciones y tonos de voz. Fascinante.
El crío ha tardado bastante en ponerse a andar, pero la feroz competencia en la guardería por hacerse con los juguetes le ha espabilado rápido. El chaval se pasea con una gran sonrisa por el local, tambaleante, como los borrachos. Los camareros le cogen en volandas. Luego se queda mirando a un grupo de desconocidos que hay en otra mesa. Le aúpan y le suben a sus rodillas. Le hacen carantoñas. El niño se parte de risa. Nosotros también.
-Mira, ya está haciendo amigos. A esta edad si alguien le llama la atención no les da ninguna vergüenza quedarse mirando.
Unos días después visitamos a un amigo del trabajo y su mujer. Tienen una hija de ocho meses. La niña se ha quedado absolutamente pillada con mi barba y mis gafas.
-¿No echáis de menos hacer las cosas que hacíais antes de tener a la cría?
-La cuestión no es esa. La pregunta correcta es ¿qué hacía yo antes de tener una hija? ¿A qué dedicaba todo mi tiempo libre? Cuando me preguntan qué hice ayer por la tarde respondo: estar con la niña ¿Haciendo qué? Pues nada en particular. Estar, simplemente. Cuando dicen que un hijo te llena la vida, es literal. Te llena el tiempo del que dispones y no necesitas otra cosa en qué ocuparlo.
-Y haces un montón de ejercicio. Debe ser sanísimo porque yo acabo rendida.
Mis nuevos compañeros de banda tienen una hija de tres años. La cría reconoce las canciones de los Beatles en el hilo musical del supermercado y, de más pequeña, la calmaban poniéndole discos de Diana Ross.
-Son tan inocentes...- me dice ella.-Su curiosidad es genuína y sincera, sin dobleces. Están ávidos de aprender cualquier cosa y todo les sorprende, porque todo es nuevo para ellos. Aprecian las cosas que nosotros damos por hechas como se merecen, y eso te enseña a tí a hacer lo mismo. Un hijo es el mejor maestro.
-A veces me miro en el espejo- dice él -y pienso “en realidad soy el mismo gilipollas de siempre”. Pero ahora, además, soy el padre de alguien. Eso es una sensación muy fuerte.
Siempre justifiqué mi negativa a tener hijos con todo tipo de argumentos prácticos o ideológicos: No tengo pareja. No tengo dinero. No tengo tiempo. No tengo instinto. No tengo paciencia. No tengo moral. No tengo fuerzas. A veces, simplemente no tengo ganas. Pero me he quedado sin excusas. La realidad es mucho más sencilla: ¿Reconocerme en otro? ¿Establecer con una persona un vínculo que, esta vez, y sólo esta vez, sí, será indisoluble hasta que uno de los dos muera? ¿No volver a tener la oportunidad de estar verdaderamente sólo nunca más? ¿Llevar por siempre esa carga en la maleta?
Lo que en realidad no tengo es valor.
29/1/11
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la policia del karma |
-¿Qué harías si te tocase la lotería? Algo gordo, quiero decir. Que te convirtiera en multimillonario.
-Seguramente organizar un grupo terrorista.
-¡Qué me dices!
-Claro, joder. Y ya tengo el nombre y todo: La Policía del Karma. Piénsalo. Un grupo con adiestramiento militar, que entre y salga sin hacer ruido, que trabaje limpiamente, sin alardes ni explosiones, y cuyos objetivos fuesen personas muy concretas, sin daños colaterales. Que funcionase con la precisión y la limpieza de un cirujano. Un cirujano social.
-¿Y cual sería el objetivo?
-Para empezar habría que hacer un amplio trabajo de documentación y poner nombres y apellidos a los blancos. Cuando en los medios dicen que la deuda soberana de tal o cual país está siendo cuestionada por los mercados ¿a quién se refieren? ¿Quienes son los mercados? Acciones tan concretas dependen de decisiones individuales o como mucho de grupos pequeños que, como además no son jefes de estado ni sus nombres son de dominio tan público, no se esconden detrás de un aparatoso servicio de seguridad. Porque no lo han necesitado. También todo aquel que tenga una cuenta en Suiza o las Islas Caimán, o las personas físicas detrás de las sociedades de inversión ficticias...
-¿Y qué más?
-Luego habría que diseñar, o mejor dicho, desarrollar sin diseñar una estructura corpuscular de pequeñas células de Agentes del Karma que actúen a nivel local para aquellos nombres y apellidos que causen problemas graves a sus comunidades. Un alcalde corrupto, un empresario cacique... Esas células también podrían hacer trabajos por encargo.
-¿Y eso?
-Piénsalo. Ofreces la posibilidad de que particulares o pequeños colectivos te propongan objetivos justificados y documentados. Haces un seguimiento pormenorizado del blanco, estudias el verdadero impacto de su actividad sobre la comunidad a la que está dando por culo y si se cumplen una serie de factores prefijados (impunidad ante la justicia, crueldad y ensañamiento, nula posibilidad de reeducación...) los Agentes del Karma entran en acción.
-Pero eso ya lo hacían los anarquistas a principios del siglo XX y no sirvió de nada.
-Te equivocas. Ellos actuaban contra infraestructuras y multitudes, a la melé. Y además, la filosofía es radicalmente distinta. Aquí no se trata de aterrorizar a la sociedad reivindicando un atentado. Se trata de hacer limpieza. Y aterrorizar sólo a quién se dé por aludido. Estoy convencido de que, con este tipo de blancos, o eres uno de ellos (y si lo eres lo sabes claramente) o no lo eres (en cuyo caso también lo sabes) y simpatizas automáticamente con la iniciativa. Quizá incluso tanto como para afiliarte a tu célula local.
-Esta semana hay bote en la loto. ¿Echamos una?
-Vamos. Ahora mismo.