12/8/17

poscensura


Dice Juan Soto Ivars que hoy en día hay mucha gente callando por miedo. A mí, que le leí alguna cosa fea pero no recuerdo qué, Soto Ivars me cae un poco regular, pero tiene más razón que un santo. Sin embargo no es mi caso. Tengo unos amigos que dicen que soy el nueve que le hace falta al Real Valladolid porque entro al remate todo el rato (en redes sociales). Intento evitarlo, me ha reportado más dolor y ansiedad que satisfacciones, pero claro, no dejo de callarme por gusto. Cuando lo hago es porque creo que es necesario que los nuevos censores no se vayan de rositas pensando que han conseguido convencernos, o al menos vencernos, a todos. No aspiro ni siquiera a hacerles dudar, porque sé que sus convicciones están más allá de la razón y sólo responden a la fe. Pero que cierren sus navegadores con una porción en sus corazones de la desazón e ira que dejan a su paso. Responder enérgicamente a los capillitas es un acto necesario de defensa de las libertades que hemos conseguido hasta ahora contra la poscensura. El último episodio de esta reafirmación ciudadana me ha llevado hasta el Canela Party.

Nueva Orleans y su cultura me han llamado la atención desde crío, y no sólo porque sea la meca de todo músico moderno, que también. Cualquier historia que tuviese lugar en la Big Easy siempre pasaba a ser de mis favoritas. Imaginen lo que disfruté leyendo "La Conjura de los Necios" o viendo "Treme", por poner sólo dos ejemplos populares. Por otro lado llevo años intentando ir al Canela Party, un pequeño festival indie en Málaga al que todo el público acude disfrazado, en un ambiente tremendamente festivo del que sólo he escuchado parabienes. Este año los ganadores del concurso de disfraces representaban un funeral de Nueva Orleans. Con la banda de música, los paraguas, y un finado volviendo a la vida en un guiño a la también muy louisianesca tradición del vudú. La interpretación era bastante amateur, lógicamente, pero mi mujer y yo pasamos de la risa por lo original de la idea del disfraz y su ejecución a, directamente, emocionarnos al recordar nuestra primera (y de momento única) second line en nuestra luna de miel allí. Y sí, los disfrazados iban pintados de negro. Como el rey Baltasar en Navidad. Como las comparsas de moros y cristianos. Alguien vió esto en redes sociales, lo relacionó con el fenómeno blackface de sus EEUU, que en absoluto forma parte del contexto cultural español y, haciendo gala de un etnocentrismo galopante, inició una queja por escrito que ha obligado al festival a publicar un comunicado de disculpa, convirtiendo un fantástico homenaje a miles de kilómetros (geográficos y culturales) a una de las más peculiares manifestaciones culturales afroamericanas en poco menos que un acto de terrorismo. No pude llorar de la pena a causa de la rabia que me provocaba que alguien con la mirada tan sucia nos insultase de aquella manera. Y tuve que responder, a esta persona y a sus palmeros.

Tuve que explicar por qué no era una burla, sino un tributo. Tuve que contar por qué la escasísima presencia histórica de población negra en nuestro país ha impedido un conflicto racial continuado que derivara en un racismo estructural contra los negros, como en su país. Que los símbolos no significan lo mismo en todas partes y que el contexto cultural puede ser tanto o más importante que el mensaje o la forma del mismo. Que denunciar algo que ves por internet de una cultura que se demuestra desconocer tanto es de un imperialismo moral intolerable. Tuve que explicar por qué sentirte culpable de lo que haya hecho gente de tu misma raza (o género o nacionalidad) te convierte en un pretencioso con ínfulas de Jesucristo, pero que pretender hacer pagar a toda tu raza (o género o nacionalidad) por ello te convierte en un psicópata; que de lo que uno debe responsabilizarse es exclusivamente de sus propios actos. Y que sí, que sacado de contexto claro que puede ofender, por eso nadie se disfraza de Hitler en Berlín o Tel Aviv, pero que en el sitio y lugar adecuado para eso están los disfraces, para ponerte en la piel del otro, que es el principio básico para luchar contra un racismo que estaba en sus ojos de estadounidenses blancos y no en aquellos corazones españoles, negros por unas horas.

Aún sigo el caso en redes sociales y, por supuesto, es una discusión de mierda entre blancos. Ni un solo comentario de algún negro malagueño ni de las ONG etiquetadas en la publicación que, me imagino, tendrán problemas de verdad que atender. Supongo que ese comunicado de disculpa del Canela Party irá directo a los currículums de los ofendidos cuando vayan a pedir un puesto en alguna Subsecretaría de Diversidad Étnica de la Generalitat una vez que los Guardianes de la Moral ganen las elecciones. En ese sentido, buen trabajo.

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