Dice
Juan Soto Ivars que hoy en día hay mucha gente callando por miedo. A
mí, que le leí alguna cosa fea pero no recuerdo qué, Soto Ivars me cae
un poco regular, pero tiene más razón que un santo. Sin embargo no es mi
caso. Tengo unos amigos que dicen que soy el nueve que le hace falta al
Real Valladolid porque entro al remate todo el rato (en redes
sociales). Intento evitarlo, me ha reportado más dolor y ansiedad que
satisfacciones, pero claro, no dejo de callarme por gusto. Cuando lo
hago es porque creo que es necesario que los nuevos censores no se
vayan de rositas pensando que han conseguido convencernos, o al menos
vencernos, a todos. No aspiro ni siquiera a hacerles dudar, porque sé que sus
convicciones están más allá de la razón y sólo responden a la fe. Pero
que cierren sus navegadores con una porción en sus corazones de la
desazón e ira que dejan a su paso. Responder enérgicamente a los
capillitas es un acto necesario de defensa de las libertades que hemos
conseguido hasta ahora contra la poscensura. El último episodio de esta
reafirmación ciudadana me ha llevado hasta el
Canela Party.
Nueva
Orleans y su cultura me han llamado la atención desde crío, y no sólo
porque sea la meca de todo músico moderno, que también. Cualquier
historia que tuviese lugar en la Big Easy siempre pasaba a ser de mis
favoritas. Imaginen lo que disfruté leyendo "La Conjura de los Necios" o
viendo "Treme", por poner sólo dos ejemplos populares. Por otro lado
llevo años intentando ir al Canela Party, un pequeño festival indie en
Málaga al que todo el público acude disfrazado, en un ambiente
tremendamente festivo del que sólo he escuchado parabienes. Este año los
ganadores del concurso de disfraces representaban un funeral de Nueva
Orleans. Con la banda de música, los paraguas, y un finado volviendo a
la vida en un guiño a la también muy louisianesca tradición del vudú. La interpretación era bastante amateur, lógicamente, pero mi mujer y yo pasamos de la risa por lo original de la idea del disfraz y su ejecución a, directamente,
emocionarnos al recordar
nuestra primera (y de momento única) second line en nuestra luna de miel allí. Y sí,
los disfrazados iban pintados
de negro. Como el rey
Baltasar en Navidad. Como las comparsas de
moros y cristianos. Alguien vió esto en redes sociales, lo relacionó con el fenómeno
blackface de sus EEUU, que en absoluto forma parte del contexto cultural español y, haciendo gala de un etnocentrismo galopante,
inició una queja por escrito que ha obligado al festival a publicar
un comunicado de disculpa, convirtiendo un fantástico homenaje a miles de
kilómetros (geográficos y culturales) a una de las más peculiares
manifestaciones culturales afroamericanas en poco menos que un acto de
terrorismo. No pude llorar de la pena a causa de la rabia que me
provocaba que alguien con la mirada tan sucia nos insultase
de aquella manera. Y tuve que responder, a esta persona y a sus
palmeros.
Tuve que explicar por qué no era una burla, sino un
tributo. Tuve que contar por qué la escasísima presencia histórica de
población negra en nuestro país ha impedido un conflicto racial
continuado que derivara en un racismo estructural contra los negros,
como en su país. Que los símbolos no significan lo mismo en todas partes
y que el contexto cultural puede ser tanto o más importante que el
mensaje o la forma del mismo. Que denunciar algo que ves por internet de
una cultura que se demuestra desconocer tanto es de un imperialismo
moral intolerable. Tuve que explicar por qué sentirte culpable de lo que
haya hecho gente de tu misma raza (o género o nacionalidad) te
convierte en un pretencioso con ínfulas de Jesucristo, pero que
pretender hacer pagar a toda tu raza (o género o nacionalidad) por ello
te convierte en un psicópata; que de lo que uno debe responsabilizarse
es exclusivamente de sus propios actos. Y que sí,
que sacado de contexto
claro que puede ofender, por eso nadie se disfraza de
Hitler en Berlín o Tel Aviv, pero que en el sitio y lugar adecuado para eso están los disfraces, para ponerte en la piel del otro, que es
el principio básico para luchar contra un racismo que estaba en sus ojos
de estadounidenses blancos y no en aquellos corazones españoles, negros por unas
horas.
Aún sigo el caso en redes sociales y, por supuesto, es una discusión de mierda entre blancos. Ni un solo comentario de algún negro malagueño ni de las ONG etiquetadas en la publicación que, me imagino, tendrán problemas de verdad que atender. Supongo que ese comunicado de disculpa del Canela Party
irá directo a los currículums de los ofendidos cuando vayan a pedir un puesto en alguna
Subsecretaría de Diversidad Étnica de la Generalitat una vez que los
Guardianes de la Moral ganen las elecciones. En ese sentido, buen
trabajo.