La música no amansa a las fieras
Abriendo violentamente la puerta del baño, J. fijó su desquiciada mirada sobre el cuerpo desnudo del gordo tendido en la bañera. Sin darle tiempo a reaccionar y con las venas de la frente hinchadas bajo la piel, se lanzó sobre él empuñando un frasco de loción de afeitar que había visto al entrar. Lo destrozó sobre su cabeza para ensañarse luego a puñetazos en la nariz. Luego empezó a estrangularle con el cordón de su zapato izquierdo mientras el sudor le caía a chorros, y cinco minutos más tarde el cuerpo sin vida del detestable obeso se hundía en el agua. El grifo seguía abierto, y ahora el patito de goma se paseaba libremente por el suelo. J. salió del baño, fue al salón y apagó el equipo de música que reproducía a toda potencia la “Tocata y Fuga” de Torcuato Luvighsën. Luego cogió el chubasquero que había visto en el pasillo, fue al dormitorio y salió por la ventana, agarrándose con fuerza a la escalera de incendios. Estaba lloviendo a cántaros. Bajó cada peldaño con sumo cuidado, como si fueran a quejarse. Finalmente, alcanzó la ventana de su propia habitación y entró en su casa.
Una vez dentro tuvo la impresión de haber entrado en un lugar muy distinto del que había abandonado quince minutos antes. Algo importante había cambiado. Se concentró, buscando el zumbido de una mosca. Nada. Por primera vez, después de años de crispación e insomnio, saboreó el dulce sopor del silencio. Se acabaron por fin las óperas, las sinfonías, las obras clásicas que sonaban apabullantemente a cualquier hora del día o de la noche. Y sobre todo, se acabo la desquiciante “Tocata y Fuga” de Luvighsën. Se tumbó en la cama a escuchar el silencio. Solo se oía el golpear de la lluvia en la ventana. Ante esta apacible sensación, empezó a sumirse en un profundo sueño atrasado.
Se despertó cinco minutos después, con el sonido de la lluvia todavía lamiendo el cristal. Pero había algo más. Escuchó atentamente. La puerta del piso de arriba se abría. Se oyó una voz de mujer -¿Hola? –, seguida del sonido de sus pasos, que duró unos segundos hasta detenerse bruscamente y dar paso a un grito desgarrador.
-¡¡¡¡AAAAAAHHHHHH!!!! –Los pasos recorrieron rápidamente el camino inverso, bajaron las escaleras y acabaron en la puerta de J. Llamaron insistentemente al timbre, pero J. tardó en decidirse a abrir. Cuarenta segundos más tarde giró el picaporte y una chica apareció en el umbral. Estaba histérica y balbuceaba sin dejar de señalar las escaleras, con una expresión crispada y unos zapatos muy bonitos.
-¡Han mamammatatado a mi nononovio!
-¡Oh, no es posible! –disimuló J. con expresión sorprendida.
-¡Hay que llallamar a la popopolicia! - llegó a articular la chica.
-¡Desde luego! Pase, le traeré un vaso de agua.
La chica se lanzó al teléfono con las manos aún temblorosas. Estaba hablando con un agente cuando J. volvió con el vaso de agua. Por un momento sus miradas se cruzaron y J. reparó en ciertos detalles de ella: sus zapatos eran de fieltro verde con dibujo de cuadros, suela de goma, sin cordones. Ella también se había fijado en él: su pelo húmedo, el fuerte olor a loción de afeitar, su zapato izquierdo sin cordón y el chubasquero de su novio colgado del perchero. Entonces soltó el teléfono y corrió al chubasquero buscando algo en el bolsillo. En un instante J. se vio encañonado con una pistola y con las manos ocupadas con el vaso.
-¡No ttetete muevas, hijijopuputa! -Por un momento J. no supo que hacer. Analizando las posibilidades, finalmente decidió abandonar el vaso a su suerte y emprender a toda velocidad el camino hacia la puerta. Una explosión hizo añicos el urogallo de porcelana del mueble bar y J. tuvo el tiempo justo de abandonar su piso antes de que otra bala cruzase inmediatamente después de él la puerta. Fuera ya no llovía. Siguió corriendo por la calle mirando hacia atrás de vez en cuando, pero tuvo que parar a tomar aliento. Mirando al suelo se dio cuenta de que estaba en mitad del asfalto, y el claxon de un pesado camión le hizo alzar la vista. Dos lágrimas afloraron a su rostro implorando piedad, y el conductor, conmovido ante la escena, pisó el freno a fondo. Una enorme panza cervecera salió de la cabina para atender a J.
-¿Se encuentra bien, le ha pasado algo? ¿Le llevo a un hospital? ¿Le saco una cerveza? Tengo una fresquera llena en el camión, pero no crea que bebo mientras conduzco, ¿eh?, y mucho menos que iba borracho, ¿vale? ¡Hics!
-Escuche -dijo J.- Hay una loca que me persigue con un arma. ¡Tiene que llevarme con usted, por favor!¡Ayúdeme!
-No se preocupe -dijo la panza-, mi mujer hace lo mismo cada vez que pongo los pies encima de la mesa. ¿Sabe lo que hago? ¡Me enfrento a ella! ¡Hay que ser un hombre, cojones! No se deje intimidar. Adelante y no se acobarde.
Dicho lo cual montó en la cabina y se alejo calle abajo. Detrás del camión le esperaba la chica de los zapatos verdes y mojados.
-¡Ya tetetetengo cacabrón! –Con el corazón en un puño y apretando fuertemente el otro, J. emprendió la carrera de nuevo, seguido muy de cerca por la tartamuda de los húmedos zapatos verdes. ¿A donde ir? Dos calles más allá se metió en el parque, y al rato estaba perdido en la oscuridad. Tras presenciar tres atracos, dos violaciones, un asesinato y una partida nocturna de petanca prefirió arriesgarse a salir. Buscó la salida. Salió. Pensó en coger un taxi que le llevara muy lejos de allí, y así pensaría algo durante el trayecto. Tenía uno a su derecha y otro a su izquierda. ¿Cuál coger? Empezó a sudar como un ciclista, a morderse las uñas y a notar que se meaba encima. Se decidió por el de la derecha y pensó que menos mal que había decidido coger ese, que estaba a cinco metros, porque el de la izquierda estaba a trescientos.Subió al taxi. El conductor era un pegote oscuro sentado al volante
-Lléveme a cualquier sitio –dijo J.
-¿A que número? –dijo el sucio pegote.
-Ya se lo diré cuando lleguemos –dijo J.
-De acuerdo, pero le saldrá caro –respondió el negro y sucio pegote.
-No se preocupe, puedo sustituirle durante dos horas para pagarle –dijo J.
-Hombre, tanto no, no soy tan abominable. Con que me cuente cual es su postura favorita para follar me basta –dijo el repugnante y asqueroso pegote negro maloliente.
-El misionero –dijo J.- Arranque
En realidad le había engañado. Su postura favorita era aquella en la que él colgaba de una lámpara embadurnado de melaza mientras un asno cabalgado por un enano disfrazado de rabino le lamía de arriba a abajo. Poco después de haber arrancado, el despreciable y repulsivo pegote de características propias de las más desagradables secreciones animales le preguntó.
-¿Le importa si pongo la radio?
-Sí, me importa, pero el taxi es suyo, así que haga lo que quiera –respondió J.
El inhumano y absolutamente deforme pegote, digno de considerarse un peligro para la salud pública, pulsó parsimoniosamente el interruptor de la radio. Y lo que sonó hizo que J. conociera una nueva dimensión del horror. Era la “Tocata y Fuga” de Luvighsën.
-Lléveme a cualquier sitio –dijo J.
-¿A que número? –dijo el sucio pegote.
-Ya se lo diré cuando lleguemos –dijo J.
-De acuerdo, pero le saldrá caro –respondió el negro y sucio pegote.
-No se preocupe, puedo sustituirle durante dos horas para pagarle –dijo J.
-Hombre, tanto no, no soy tan abominable. Con que me cuente cual es su postura favorita para follar me basta –dijo el repugnante y asqueroso pegote negro maloliente.
-El misionero –dijo J.- Arranque
En realidad le había engañado. Su postura favorita era aquella en la que él colgaba de una lámpara embadurnado de melaza mientras un asno cabalgado por un enano disfrazado de rabino le lamía de arriba a abajo. Poco después de haber arrancado, el despreciable y repulsivo pegote de características propias de las más desagradables secreciones animales le preguntó.
-¿Le importa si pongo la radio?
-Sí, me importa, pero el taxi es suyo, así que haga lo que quiera –respondió J.
El inhumano y absolutamente deforme pegote, digno de considerarse un peligro para la salud pública, pulsó parsimoniosamente el interruptor de la radio. Y lo que sonó hizo que J. conociera una nueva dimensión del horror. Era la “Tocata y Fuga” de Luvighsën.
-¡Esto le pasa por no coger el taxi de la izquierda! ¡Ja, ja, ja, ja! –rió el inmundo y horroroso pegote, repulsivo por los efluvios líquidos y gaseosos que manaban por cada uno de los poros de su semiputrefacto cuerpo, mientras miraba a J. con unos huevudos y sanguinolentos ojos que parecían querer salirse de sus órbitas para abandonar, de una vez, aquel saco de podredumbre.La música y la burlona risa, unidas al claxon del pesado camión que venía de frente conducido por una panza descomunal, hicieron que J. enmudeciera y soportara estoicamente el impacto de los vehículos.Se despertó horas más tarde en la cama de un hospital. Encima de él, un enfermero le hablaba continuamente. Y en el rostro de J. apareció una inmensa sonrisa al darse cuenta de que no podía escucharle. ¡Había perdido el oído!
-¡Esto le pasa por no coger el taxi de la izquierda! ¡Ja, ja, ja, ja! –rió el inmundo y horroroso pegote, repulsivo por los efluvios líquidos y gaseosos que manaban por cada uno de los poros de su semiputrefacto cuerpo, mientras miraba a J. con unos huevudos y sanguinolentos ojos que parecían querer salirse de sus órbitas para abandonar, de una vez, aquel saco de podredumbre.La música y la burlona risa, unidas al claxon del pesado camión que venía de frente conducido por una panza descomunal, hicieron que J. enmudeciera y soportara estoicamente el impacto de los vehículos.Se despertó horas más tarde en la cama de un hospital. Encima de él, un enfermero le hablaba continuamente. Y en el rostro de J. apareció una inmensa sonrisa al darse cuenta de que no podía escucharle.
¡Había perdido el oído! Mejor aún: ¡Había perdido AMBOS oídos!
commentaires:
20 de febrero de 2007, 16:23
Ahí te dejo un ¿Tú te esnifas? Si te gusta ponlo por aquí.
Saludos.
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