Lille (III). Wazemmes
Como ya sabéis, no es la primera vez que vengo a esta ciudad del norte de Francia, así que empiezo a observar detalles y matices más sutiles, más allá de la experiencia del visitante ocasional.
La de aquí es una gente con un extraño sentido de la confianza y la educación. Por ejemplo, puedes ver a los dueños de los BMW dejándoles las llaves a los indigentes para que se lo aparquen si la cosa está difícil, sabiendo que encontrarán el coche aparcado y las llaves en manos de un desconocido allí donde se lo encontraron, a cambio de una propina. También me sorprende agradablemente la monumental dignidad de la gente que pide en la calle. No me encontré nada que se parezca a las búlgaras que aúllan teatralmente “dame algo siñor” de 11 a 3 y luego te echan un mal de ojo a cualquier otra hora. Por el contrario te encuentras a gente que, educadamente pero sin remilgos, te invita a que les des algo suelto, tratándote como a un igual. Ya salíamos a la calle con monedas de € preparadas (que tampoco ando como para ir soltando billetes, si sigo así lo mismo me tengo que poner yo en la calle con la guitarra). Lo que resulta más inquietante es que hay mucha gente joven en ese trance.El metro es un buen resumen de lo que he podido observar en esta ciudad. Para formalizar el billete y entrar a la zona de las vías sólo hay una simple serie de centros metálicos, sin mecanismo para impedir el paso si no picas tu billete. Parece que la empresa se fía de la buena voluntad de la gente. Se supone que debería haber algún revisor ocasionalmente, pero hace años que nadie ve ninguno. Y cuando bajas te encuentras con un cristal hasta el techo en el que se integran unas puertas mecánicas que solo se abren cuando al otro lado se para un tren. Mi chica dijo que está diseñado así para evitar suicidios (¿bromeba?).
En esta ocasión estuve alojado en una vieja casa del siglo pasado, de fachada estrecha y tres plantas, con una chimenea estupenda, en uno de esos callejones estrechos con las casas a un lado y los anexos donde antes estaban los retretes al otro, en el barrio de Wazemmes, cerca del centro. Es uno de los barrios chungos, con verdadero clima de vecindario, aunque últimamente se observa la ya clásica tendencia de jóvenes parejas más o menos acomodadas instalándose en este tipo de zonas y poniéndolas de moda. Por lo visto ahora hay barrios peores. Como diría John Constantine en el nº 3 de “Hellblazer”, una avanzada de la prosperidad sacándole la lengua a la jungla hambrienta a su alrededor. Aquí vive una importante comunidad musulmana, pero, como en el resto de la ciudad, se respira cierto cosmopolitismo, reflejado perfectamente en la actividad de los comercios. Nuestro tendero, justo a la puerta de casa, regentaba una tienda de ultramarinos con el curioso nombre de “Quoi” (Qué). Resulto ser un ceutí con familia en Málaga que lleva en Francia más de veinte años, pero aún conserva intacto un castellano con acento andaluz que me sorprendió con la guardia baja al ir a pagar el pan. “¿Le pongo una barrita? Hasta otra, caballero”. Los domingos hay un mercado estupendo, que dado el carácter multicultural del barrio, parece un bazar. Puedes comerte una tartiflette de maroil, un pollo asado (hay mucho pollo) o unos pastelitos orientales (no supe identificar de dónde), unos higos de postre, comprar telas al peso, asomarte a ver a los charlatanes vendiendo diosabequé a gritos, regatear por unos discos de vinilo o antigüedades de plata, pero sobre todo vais a ver libros viejos. A toneladas. Y baratísimos. A veces hay que rebuscar para encontrar algo que valga la pena, pero yo encontré “El garaje hermético” y “Arzach” de Moebius en un sólo tomo por ¡4€! ¡Cojonudo! Todo esto enmarcado por la muy particular arquitectura flamenca de la que ya me habréis leído escribir maravillas.
La de aquí es una gente con un extraño sentido de la confianza y la educación. Por ejemplo, puedes ver a los dueños de los BMW dejándoles las llaves a los indigentes para que se lo aparquen si la cosa está difícil, sabiendo que encontrarán el coche aparcado y las llaves en manos de un desconocido allí donde se lo encontraron, a cambio de una propina. También me sorprende agradablemente la monumental dignidad de la gente que pide en la calle. No me encontré nada que se parezca a las búlgaras que aúllan teatralmente “dame algo siñor” de 11 a 3 y luego te echan un mal de ojo a cualquier otra hora. Por el contrario te encuentras a gente que, educadamente pero sin remilgos, te invita a que les des algo suelto, tratándote como a un igual. Ya salíamos a la calle con monedas de € preparadas (que tampoco ando como para ir soltando billetes, si sigo así lo mismo me tengo que poner yo en la calle con la guitarra). Lo que resulta más inquietante es que hay mucha gente joven en ese trance.El metro es un buen resumen de lo que he podido observar en esta ciudad. Para formalizar el billete y entrar a la zona de las vías sólo hay una simple serie de centros metálicos, sin mecanismo para impedir el paso si no picas tu billete. Parece que la empresa se fía de la buena voluntad de la gente. Se supone que debería haber algún revisor ocasionalmente, pero hace años que nadie ve ninguno. Y cuando bajas te encuentras con un cristal hasta el techo en el que se integran unas puertas mecánicas que solo se abren cuando al otro lado se para un tren. Mi chica dijo que está diseñado así para evitar suicidios (¿bromeba?).
En esta ocasión estuve alojado en una vieja casa del siglo pasado, de fachada estrecha y tres plantas, con una chimenea estupenda, en uno de esos callejones estrechos con las casas a un lado y los anexos donde antes estaban los retretes al otro, en el barrio de Wazemmes, cerca del centro. Es uno de los barrios chungos, con verdadero clima de vecindario, aunque últimamente se observa la ya clásica tendencia de jóvenes parejas más o menos acomodadas instalándose en este tipo de zonas y poniéndolas de moda. Por lo visto ahora hay barrios peores. Como diría John Constantine en el nº 3 de “Hellblazer”, una avanzada de la prosperidad sacándole la lengua a la jungla hambrienta a su alrededor. Aquí vive una importante comunidad musulmana, pero, como en el resto de la ciudad, se respira cierto cosmopolitismo, reflejado perfectamente en la actividad de los comercios. Nuestro tendero, justo a la puerta de casa, regentaba una tienda de ultramarinos con el curioso nombre de “Quoi” (Qué). Resulto ser un ceutí con familia en Málaga que lleva en Francia más de veinte años, pero aún conserva intacto un castellano con acento andaluz que me sorprendió con la guardia baja al ir a pagar el pan. “¿Le pongo una barrita? Hasta otra, caballero”. Los domingos hay un mercado estupendo, que dado el carácter multicultural del barrio, parece un bazar. Puedes comerte una tartiflette de maroil, un pollo asado (hay mucho pollo) o unos pastelitos orientales (no supe identificar de dónde), unos higos de postre, comprar telas al peso, asomarte a ver a los charlatanes vendiendo diosabequé a gritos, regatear por unos discos de vinilo o antigüedades de plata, pero sobre todo vais a ver libros viejos. A toneladas. Y baratísimos. A veces hay que rebuscar para encontrar algo que valga la pena, pero yo encontré “El garaje hermético” y “Arzach” de Moebius en un sólo tomo por ¡4€! ¡Cojonudo! Todo esto enmarcado por la muy particular arquitectura flamenca de la que ya me habréis leído escribir maravillas.
Y hasta aquí esta entrada. Aprovecho la ocasión para informaros de que busco trabajo desesperadamente. Si alguien necesita (o sabe que otros necesitan) un redactor, corrector, traductor y/o intérprete de francés, documentalista sanitario, administrativo, mozo de almacén o prostituto, poneos en contacto conmigo, por favor. Lo que sea y donde sea. Menos músico de orquesta. ¿Por qué eso no? Ya os lo iré contando más adelante (y es un tema con mucha chicha, os lo aseguro).
10 commentaires:
23 de febrero de 2007, 17:42
Fascinante lugar en el que se encuentra. Ha de saber que nos da la envidia suficiente como para imaginarnos allí con usted y añorar nuestra ciudad como si lleváramos exiliados un porrón de años. Además, en su caso, coincido en ciudad, pues yo soy del paseo de Zorrilla esquina puente colgante y habitual del "Lucense" hasta que me lo cerraron -malditos-.
Eso sí, no tolero que no quiera trabajar de músico de orquesta. ¿De verbena?¿clásica? espero que todo sea lío de faldas y no un odio a ese maravilloso mundo.
Reciba un codo flexible.
23 de febrero de 2007, 17:43
Este Gavanido es incorregible, es rarito el hombre, pero cuenta unas historias increíbles.
Te he visto en el destripablogs y he entrado a ver de que iba tu blog. Cuando he leído "Arturo Eyries" un poco más abajo me he preguntado si habría más hospitales en España que se llamen así(a mi abuela le costaba mazo leerlo y con razón).
A mí la señora esa de la c/Teresa Gil que pide también me da un poco de mal rollo.
Disfruta mientras puedas, que Pucela puede esperar.
Que envidia me das...
Un abrazo con el brazo
23 de febrero de 2007, 17:44
Lamentablemente ya estoy de vuelta...
Celebro emocionado el leerle por aquí, señor Gavanido. El Lucense, como tal, no me dice gran cosa como nombre de bar... Pero recuerdo uno por su zona que ponía unos cachis buenísimos realmente infectos que también cerró. Quizá fuera el mismo. O quizá no lo recuerdo y todo es debido a los estragos del alcohol. Y sí, la orquesta era verbenera.
En cuanto al Arturo Eyries, esthervoces, yo también tuve mis dificultades a la hora de enviar el correo a otros centros. ¿Era Eiryes? ¿Eyries? ¿Reiyes? En la bata sólo ponía SaCyL, así que me tocaba de vez en cuando salir a ver el cartel a la entrada. (Que vergüenza)
Un beso a rodabrazo a todos.
23 de febrero de 2007, 17:45
Pues que mundo más maravilloso ése en el que te hallas, un remanso de bondad, donde hay que rascarse los ojos para comprobar que todo está ahi, y no en los sueños de una humanidad mejor.
Hasta luego
23 de febrero de 2007, 17:45
Salud,
Bohemio...
23 de febrero de 2007, 17:45
Tanto para Lynn como para La Tacones: ¡Ojalá!
23 de febrero de 2007, 17:46
Prueba con www.quientv.com
A veces hay cosas interesantes, ya te daré algo más.
23 de febrero de 2007, 17:46
Gracias Lynn
23 de febrero de 2007, 17:48
Cuando escucho o leo lo cívica y respetuosa que es la gente en algunos países, me maravilla por un lado, y por otro lado me disgusta el como somos aquí; pícaros, irrespetuosos, buscando siempre el engañar a los demás…..
23 de febrero de 2007, 17:48
No sabemos hasta que punto... se oye cada caso por ahí que no sale en los periódicos...
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