10/4/07

Hellín

Hay una cita anual que espero no perderme por muy lejos que me vaya: la tamborada de Hellín, de donde proviene mi familia materna. Muchos nativos han escrito más y mejor sobre este acontecimiento, así que lo que sigue es un relato de experiencias puramente personales.



En principio no parece que haya mucho que contar. Durante la Semana Santa, especialmente las noches del Jueves Santo y el Sábado Santo, entre diez y quince mil personas (depende del tiempo y de la afluencia de visitantes) salen a la calle, vestidos con una túnica negra hasta los pies y un pañuelo rojo, a tocar el tambor. Punto. Cualquier otra cosa que se diga es literatura. Es imposible explicar la necesidad de participar en este rito (pagano, a pesar de las fechas) una vez que lo has probado. Para los hellineros es una tradición, pero ¿qué hace que cada año haya más visitantes? ¿Qué se le ha perdido a un tío de Castellón y a otro de Zaragoza en esta ciudad de la provincia de Albacete? ¿Por qué todo el mundo que viene repite? Yo no me considero en absoluto hellinero, ni por circunstancias personales ni por carácter, pero cada Semana Santa que no puedo ir me asalta una inquietud la madrugada del Jueves y Sábado Santos que sólo puedo calificar de fervor religioso (quién lo iba a decir de un agnóstico convencido), un “como tiene que estar El Rabal a estas horas” o “si no les ha llovido se les tiene que oir hasta en Tobarra”.

En gran medida no es una experiencia agradable. Se toca el tambor toda la noche, hasta que se te revientan las ampollas que te salieron a primera hora, dejándote las manos en carne viva. Te duelen y se te hinchan los dedos, los brazos y los hombros (las articulaciones especialmente), el tambor que al principio parece no pesar se convierte en una cruz a las siete de la mañana. Acabas extenuado. Pero cuarenta y ocho horas más tarde vuelves a por más. Porque durante la noche habrás experimentado una serie de sensaciones inabarcables (a veces todas al mismo tiempo) que intentaré desglosar. Por un lado entras en un trance que empieza con el sonido de tu propio tambor y se va extendiendo a medida que se le añade el sonido de los demás. La subida del chute es progresiva según te vas acercando a las calles más concurridas y estalla al llegar a la calle del Rabal, sumiéndote en una especie de catatonia hipnótica. Hay una serie de “ritmos” o toques estándar y cada peña toca al unísono el suyo, pero depende del número de tambores que sigan ese toque y de la fuerza y técnica con que se haga que tú oigas el tuyo (y el de tu peña) por encima de los demás. Es una perfecta metáfora de la vida en sociedad: tu toque individual pertenece a un grupo pequeño que a veces se enfrenta a otros por oírse más, y entonces aparecen los piques, individuales o en grupo, que acaban con un intercambio de botas de vino (o lo que lleven) y el ofrecer tu tambor al otro para que toque en él (nunca se debe rechazar si se te ofrece). Pero a veces tu peña se deja llevar por el ritmo de un grupo gigantesco que lleva dos bombos y se oye por encima de todos. En esas ocasiones en las que te sumerges en una turba formada por una peña de cincuenta bajo un soportal, secundada espontáneamente por otras doscientas o trescientas personas, todos tocando al unísono con todas sus fuerzas, la sensación de pertenencia al grupo y de que el grupo en sí pertenece a algo mucho más grande de lo que cualquier medida humana pueda concebir es BRUTAL. Estás compartiendo una experiencia mística con una multitud de desconocidos y os juro que se pueden oír los tambores de todos los muertos que alguna vez tocaron allí. Todo esto sin que nadie hable de ello, de forma instintiva, sin que tu familia o tu peña te explique lo que hay que hacer. Además esta mierda es buena: Crea dependencia desde la primera dosis.

Seguir el ritmo no es imprescindible. A veces estás tocando sin oírte. Las pocas veces que he salido sólo la sensación de rito tribal sigue presente, pero está claro que es mucho mayor en grupo. En los pocos momentos en los que consigues salir de tu catarsis y verlo desde fuera te encuentras rodeado de una multitud sin sexo ni edad (desde niños de ocho años hasta señores de setenta) vestidos de negro haciendo algo tan absurdo como tocar el tambor a las cuatro de la mañana, lo que es igual de impactante al darte cuenta de que tú también estás allí. El momento álgido de esta celebración se produce la mañana del Domingo de Resurrección. Todos los tamborileros se reúnen después de las procesiones en el encuentro de los pasos de la Virgen con el Cristo Resucitado. Durante unos minutos se hace un silencio total que, después de casi tres días de estruendo ininterrumpido, te parece el sonido del fin del mundo. Cuando por fin sueltan las palomas como señal, todo el ruido del que son capaces esos miles de tambores explota en un solo instante terrible, desatando el mismísimo infierno y haciendo temblar a los dioses.

Además tengo la suerte de que mi familia tenga su casa junto a la ermita del Calvario, donde se reúnen todos los tamborileros el Viernes Santo por la mañana a almorzar. El barrio en cuestión, las Cuevas, también tiene lo suyo. Es una loma en la que se horadaron tras la Guerra Civil un montón de cuevas sobre las que se yerguen las casas. Ahora hacen las veces de bodega, pero en su día fueron la vivienda en sí misma, dada la imposibilidad económica de construir casas de ladrillo en aquel periodo sombrío de la posguerra. Una opción que, al paso que va el sector inmobiliario, quizá tengamos que replantearnos.

Para los detalles sobre el origen y características específicas de este acontecimiento os remito aquí. La segunda foto es de Mª Dolores López del Olmo, ganadora del 2º Premio del Concurso de Fotografía organizado por la Asociación de Peñas de Tamborileros. El vídeo lo encontré por ahí.

10 commentaires:

Una vez más flipo con tu relato de los tamborileros de Hellín. Algún año tendrás que llevarme, después de tanto tiempo que lo sé.

Aparte de eso, tienes que explicarme muchas cosas de nuestra nueva aventura conjunta...Mis bendiciones para todo lo que se te ocurra.

¡Pues pásate a verlo!

De hellín vienen hasta los padres de mi abuela.

Hola, soy Actor Secundario Bob y te aviso porque te he criticado en mi blog. Saludos y te sigo leyendo.

¿¿Lynn?? ¿Tú también, hija mía? ¡Si al final hellineros semos todos! Es un poco como los gallegos, están por todas partes. Mi madre tiene primos en Suecia e Islandia, pero a saber lo que hay por ahí.

Hago acuse de recibo de su crítica, Sr. Bob. Y aprovecho para hacer una defensa de la labor (necesaria y en absoluto pagada) de los críticos de blogs. Seguiremos en contacto.

veo que es un pueblo que vive la semana santa, como la mayoria de los pueblos tmb es verdad. La verdad es que hay actos bonitos durante la SS aunque hay otros actos que rozan la estupidez y devotismo exagerado. Si hay algo que me guste de Semana Santa es la saeta de Serrat :D

Un saludo

Nen, te insto a que vengas a visitarme chachazo.... al final te vas y no te veo... por cierto donde te dejo los comentarios.... aqui o en el otro blog????

Por cierto BOB, tu tambien pasate si quieres hombre, que te invito a una cerveza... asi sales de casa y te relajas, que estaras desquiciao manejando tanto blog... no puedes ponerlo todo en uno y asi no hacerme navegar tanto entre tus paranoias????

yo soy de hellin, sé que nuestra semana santa es popular pero nunca m he parado a pensar por qué me gusta. Es un honor para mi ver que hay gente fuera de hellin que muestra su entusiasmo por esta semana santa. ah ¡no nos olvidemos de la imaginería!

Suena ciertamente bien...
(he dicho yo ciertamente?) Jodidamente bien, Sr. Estas son las cosas que me gustan de la semana santa.

Y por supuesto Serrat y la imaginería. Y las vacaciones que algún día sí. Y las mantillas, tan aristocráticas. Y canturrear por casa la madrugáaaaaa.

Gracias por el apunte, sólo conocía los tambores de Calanda. En las Bahamas estamos super desinformados. Espero que lo haya disfrutado.