7/6/10

la educación sentimental

Qué gran invento, las relaciones epistolares. No es de extrañar que a menudo tenga presente ese sofisticado y decadente juego que es Las Amistades Peligrosas como metáfora para situaciones cotidianas. No puedo evitarlo. Pero el motivo último para que eche de menos los sobres y los buzones es que una parte de lo que soy tiene su origen en un amor adolescente que tuve por carta hace tiempo (tanto que por aquel entonces Kurt Cobain aún estaba vivo, no digo más). Bueno, pues Craig Thompson ha cogido cada preciso detalle de mis recuerdos sobre aquello, punto por punto, fechas incluidas, los ha arrancado de León y se los ha llevado a Michigan para dibujar Blankets.

La versión de Thompson de lo que me ocurrió es, a pesar de su cercanía, inocentemente romántica con un fuerte componente religioso. No pasa por el tamiz de la experiencia adulta y su interpretación psicológica, o al menos no permite que contaminen el relato. Es más magia que otra cosa. Y yo lo he leído justo ahora que acabo de encontrarme las cartas con las que empezó esta historia. Y me he acordado de cómo me sentía cuando el mundo era nuevo y emocionante, trágico o glorioso, contenido pero incontenible. Cuando el problema era que todo te venía grande en vez de pequeño. Cuando las emociones te pasaban por encima brutalmente, haciendo estragos a su paso, sin que supieras cómo cojones gestionarlas, en vez de tenerte buscando, sediento en mitad de un desierto de estabilidad emocional, algo que te destroce por dentro. Cuando tu vida era absolutamente frustrante pero esas dos o tres visitas al año hacían que todo valiera la pena. Y era increíble. Y también una puta mierda.

Da igual quienes fuéramos. Podríamos haber sido otros. Da igual que fuéramos tremendamente torpes. Aquel intensísimo episodio consumió gran parte de mi combustible emocional, que debía durar toda una vida, en un fogonazo deslumbrante, una supernova que cauterizó, para quienes vinieron después, la herida de los celos en la que los demás hurgan como fundamento para sus relaciones. Me siento afortunado de haber vivido (yo también) aquello. Pero no lo añoro. A pesar de haber cambiado aquellos chutes de adrenalina por las facturas, pasar el aspirador o los compromisos sociales, a pesar de que ese inocente y emocionado panoli se haya convertido en el hombre cínico y desconfiado que soy ahora, aquel sin vivir en realidad era una putada. Un efímero pasaje necesario para mi (citando a otro ilustre gabacho desilusionado) educación sentimental. Como Thompson, me ví quemando mis naves (y esas cartas que no releeré serán lo siguiente), andando sobre la nieve sabiendo que las huellas no perdurarían.

Un brindis, eso sí. Buena suerte, jodida psicópata.

4 commentaires:

Al César lo que es del César

Blankets es una obra universal. Todos hemos sido Graig.

Me sorprendió lo difuso del género en Blankets. Acostumbrada a leer literatura juvenil, donde las chicas son tan chicas y los chicos cuando sienten son unos moñas atormentados, es agradabiblísmo leer tanta verdad desnuda.
Cuando yo fui Graig pensaba que los tios no tenían alma, que eran un amasijo de pulsiones... El amasijo de pulsiones era yo y, a la vuelta de los años, parece que lo verdaderamente difuso era todo ese rollo del alma. Se vivía en carne viva entonces, ahora la vida solo escuece de vez en cuando y los ardores son más bien de estómago.

Yo estoy intentando dejar de ser Craig.