26/3/11

ensoñaciones del paseante encabronado

He vuelto a sacar del armario las mallas cortas y las zapatillas. El cuerpo me lo estaba pidiendo. Sin embargo correr me generaba mucho ruido mental, así que he convertido un acelerado paseo de jubilado (algunos lo llaman marcha) en mi única actividad deportiva. Este ritmo sí que te deja empaparte hasta el fondo del entorno urbanístico de la ruta.

Vivo en un barrio residencial a las afueras de una capital de provincias. Cuando se edificó, hace quince años, esto era el culo del mundo, pero al menos se organizaba alrededor del final de la gran avenida que recorre la ciudad. Y se pobló. Lo que le ha crecido a los lados en los dos o tres últimos años no lo ha hecho. Es una zona perfecta para salir a mover el culo por la noche: Amplias avenidas sin tráfico, nadie que te vea sudando con esa pinta, una somera iluminación muy propicia para tener epifanías decadentes y crepusculares si te llevas contigo a Tom Waits o a Miles Davis... Unas calles, más que tranquilas, directamente muertas. Es como salir a pasear por los restos de la civilización después de una hecatombe nuclear. El fin del mundo debe parecerse mucho a esto. Y me encanta el fin del mundo.

La sensación es exactamente la opuesta a la que tienes cuando visitas el viejo barrio en el que te criaste. Allí una baldosa levantada, una farola, una verja... son los receptáculos físicos de una mitología generatriz que desemboca en lo que luego ha acabado siendo la historia de tu vida. Por no hablar de los parques. Lágrimas como puños se me han caído visitando los parques de mi adolescencia.

Pero estos barrios fantasma no significan nada. Nadie va a recordar estas arboledas, estas aceras o estos portales emocionado pensando “aquí me caí con la bici y me hice esta cicatriz” o “aquel verano me dí el lotazo con la Jesi en este rincón”. Estos barrios fantasma tienen una población fantasma que no está aquí. Está viviendo su vida en alguna otra parte. Y esa es la peor de las derrotas de los promotores inmobiliarios. No la económica, sino la derrota moral: Han dejado de ponerle el decorado a las vidas de la gente para pasar a ponérselo a los paseos de un triste treinteañero sudoroso en mallas. Aunque a ellos no les importe una puta mierda.

5 commentaires:

Las mallas de ciclista tienen otra utilidad que, si todo sale bien, podréis llegar a ver en formato vídeo.

Me encantó. Gran verdad. :)

A mi correr me elimina todo ruido mental. Poner el cuerpo a punto de un paro cardiaco hace que el ruido desaparezca y unicamente exista un "No te pares!"

Cada brizna del césped del parque de mi barrio me trae un recuerdo... anatomía de la cuidad, arquitectura de las emociones. Hacía tiempo que no paseaba por aquí Sr. Cordero, echaba de menos su prosa.

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