Para los que no sois de Valladolid quizá esta noticia no os diga gran cosa. Pero que nos cierren el Café España aquí es como que nos cierren el Congreso de los Diputados. Esta institución, este fantástico agujero del Jazz, esta máquina de teletransporte capaz de llevarte a Nueva Orleans una noche y la siguiente a Nueva York, esta luz en la oscuridad de la noche vallisoletana, este lugar mágico y acogedor que iba a sobrevivirte, a partir de mañana ya no existirá. Entre sus más de dos mil actuaciones se cuentan las de gigantes del Jazz y el Flamenco como Horace Parlan, Tete Montoliu, Sonny Murphy, Chano Dominguez, Jesse Davis, José Menese o El Cigala para luego acoger a bluesmen como Elliot Murphy, nuevos valores de la escena pop como Russian Red y artistas de la talla de Raimundo Amador, Nacho Vegas&Cristina Rosenvinge o Pedro Guerra entre otros, por no hablar de que aquí ha grabado Javier Krahe uno de sus discos.
No es la primera vez que cierra. Reabrió en 1991 tras dos años de parón, pero siempre se había respetado el espíritu original de café con casi un siglo de solera. La diferencia es que en esta ocasión cierra porque el propietario, un constructor que no contaba con que su boyante negocio se fuera al garete con tanta rapidez debido a la crisis, ha decidido no renovar el contrato de arrendamiento para, según algunas fuentes, vender el local a toda prisa a una franquicia de comidas. Así que, dado que son los únicos que todavía salen a flote con lo que cuesta comprar un local así, es muy posible que de aquí a unos meses tengamos un nuevo McDonalds donde antes teníamos uno de los pocos lugares de cultura musical que quedaban en esta ciudad. Para ponerse a llorar. Yo por mi parte esta noche me voy a tomar la última, de despedida, y a celebrar su funeral a la irlandesa.
Aquí el comunicado de la dirección. Y aquí la noticia en El Norte de Castilla
30/4/09
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cierra el Café España |
19/4/09
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desde los estudios centrales |
La putada de que te encarguen entrevistar a un personaje tan ocupado. La ronda de contactos para hacerte con el material para grabar y un operador de cámara. Organizar finalmente un equipo de tres personas, el que te deja el material y hará el montaje, el cámara y tú. Y luego cuadrar sus horarios de trabajo y disponibilidad. Hacer cuentas de por cuánto te van a salir los billetes del AVE Valladolid-Madrid para dos. Descubrir que “Producción” significa “Pedir favores a los amigos, mucho teléfono y mucho Internet”. La compañera de clase que había entrevistado a Vicente Vallés y te consigue un número al que llamar. Redactar un mail cuidadísimo que le convenza de que conceder esta entrevista es una buena idea y la duda de quién lo leerá realmente. El subidón cuando el propio Lorenzo te responde que sí, que te concede audiencia. Desechar entonces otros reportajes que ya habías empezado a grabar como plan B porque esta entrevista es mucho más efectista. Los mails a hurtadillas desde el trabajo con el entrevistado para confirmar día y hora. Las noches en vela planteando el enfoque y redactando las preguntas. Tu chica, con la que discutes en la cena que no quieres plantear una entrevista cordial sino tirando a agresiva. Que ella te dé una idea cojonuda para una de las preguntas del bloque duro y a cambio tú le prestes muy poca atención días antes de ir a Madrid porque tienes la cabeza en otro sitio. Recordar con Jose en el tren los aciertos y errores del año pasado con Pereza. Grabar la entradilla a los pies del Pirulí. Que Lorenzo te diga desde las escaleras del hall que subáis, desaparezca por una puerta y tengas que buscarle por toda la redacción de TVE. Descubrir que, a pesar de su visible cansancio, el tío es tan cordial y tranquilo como aparece en la tele, pero desprende un ligerísimo aire aristocrático que no se percibe en cámara. Que se tire el moco llevándote el trípode de la cámara y una redactora le suelte “Ay, Lorenzo, Lorenzo…” Que tenga respuestas estándar que ya has oído en otras entrevistas para las preguntas simpáticas de calentamiento y notar que le gustan las otras, las de verdad, las que pretendían ser críticas con la profesión. Quedarte con titulares como “No tendremos un periodismo analítico en un telediario hasta que la audiencia española no sea democráticamente madura, que no lo es” o “El público no está preparado para saber toda la verdad sobre la crisis.Y tampoco es bueno que lo sepa”. Que luego te enseñe la redacción en un travelling estupendo para los recursos. Que cinco horas de trabajo de campo den tan poco de sí y al final tengas que estar siempre grabando las salidas a toda hostia y en una toma porque pierdes el tren de vuelta.
Y contarlo, por supuesto.
14/4/09
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a caballo entre el Cafetín y La Cárcava |
Hace unas semanas pasaba por una de las calles del centro camino a casa cuando me encuentro con una grúa descomunal en la Calle Regalado que sujetaba un foco monstruoso a diez metros de altura, apuntando a la Calle Cascajares, unos trescientos metros más adelante. Y allí donde alumbraba se arremolinaba una multitud.
¿?
Semanas más tarde aparece en la televisión sueca este anuncio de la quiniela hípica:
La terraza al principio del anuncio es la de La Cárcava, donde estuve trabajando el año pasado. Y el puesto de flores está a la puerta del Cafetín, donde casi más que trabajar, viví unos meses antes. Estoy convencido de que la elección de la música no es casual. Quienquiera que haya ideado el spot conoce la zona donde se rodó perfectamente. Y si no pasaros por allí, veréis a lo que me refiero.
11/4/09
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patito feo |
Tras la crisis de los treinta que tuve ocasión de sufrir a los veintinueve no había vuelto a plantearme en este blog el tema de cómo nos hacemos mayores. Sin embargo mi perspectiva actual es mucho más positiva que entonces gracias a algunos episodios menores contemplados recientemente.
En nuestra última visita a la capital para ver a los Franz Ferdinand (muy divertidos, aunque poco Rock) y en la que también tuvimos ocasión de tomarnos unos cañuscos con Claudia y Txe Peligro (el apellido le va al pelo) en el Mi Madre Era Una Grupi, La Niña Fatal y yo acabamos comiendo el sábado en una terraza junto al Real. Sentados a nuestro lado un grupo de tíos con pinta de la zona norte de Madrí y de haber sido los guaperas populares de su barrio en sus años mozos recapitulaban anécdotas adolescentes. “Nos hacemos mayores” era la frase más repetida, mientras hacían recuento de bajas en matrimonio o paternidad. Los vaqueros y las sudaderas pijas no conseguían ocultar que se trataba de señores. Jóvenes pero señores.
-¿Qué edad tendrán estos tíos? –le pregunté a la Niña.
-Les he oído decir que eran de la quinta del ochenta.
Y aquí es donde me vais a permitir una sonora carcajada victoriosa. Estos ex-guaperas tenían menos años que yo, y sin embargo eran más viejos. Y no tanto por una cuestión de parecerlo (que también, aunque algún día los pitillos, las Converse y las camisetas dos tallas pequeñas darán paso a las camisas y americanas que ya asoman los domingos al vermú), sino sobre todo de sentírselo. Estos tíos añoraban su juventud, ergo ya no disponían de ella. Echaban tristemente de menos el pasado.
Para echar de menos la adolescencia hay que haber disfrutado entonces de sus pobres anhelos. A menudo la gente que brillaba más intensamente que los demás en esos años agotó su energía más rápidamente, sin saberla gestionar, y recuerda el instituto como la mejor época de su vida. Lo más triste que nos puede pasar es vivir recordando ese pasado con nostalgia, porque nos sitúa frente a una desolada travesía por el desierto de la senectud prematura por recorrer. Yo no echo de menos en absoluto mi adolescencia. El revival nostálgico me encanta como ejercicio comparativo para tomar consciencia de cuánto he cambiado. Para mejor. Sin dejar de brillar nunca. Como recomiendan los Turtle Power Crew: 'Molar Siempre'. Nunca había sido tan feliz, y tengo la certeza de que sabré encontrar razones para seguir diciéndolo en el futuro.
Y, qué cojones, estoy estupendo.
6/4/09
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educación emocional |
Como gestor de morosos parte de mi trabajo consiste en mediar en conflictos entre pequeñas empresas por importes que no se sabe muy bien quién le debe a quién. En ocasiones la factura no es sólo un papel en el que se refleja una cantidad de dinero, sino que funciona como un fetiche vudú, un símbolo sobre el que se vierte una cantidad malsana de inquina y rencor mutuo que poco tienen que ver con lo económico. La deuda se convierte en una excusa para joder al otro, para ejercer el poder de humillar al rival al que un día se prestó un servicio. Algo así como la puñalada carcelaria por deber un favor.
Algunos de nuestros clientes declaran como siniestro cantidades desorbitadas que luego se demuestran mucho menores al descontarse las que, a su vez, ellos deben a sus deudores, que no tienen contratados nuestros servicios y por tanto son los malos. Otros se interesan enfermizamente por el procedimiento de presión que ejercemos sobre sus morosos y nos llaman a diario animándonos a que enviemos a nuestros agentes presenciales (una maquillada versión del cobrador del frac de toda la vida) o directamente a juicio, con una fruición sádica y enconada. Y hablando con ellos percibes que su vida laboral (y por ende su vida) es una continua supuración de estos sentimientos. Una gran parte de la gente de mediana edad en este país vive permanentemente en este estado de mala baba y vigilia del odio que a quien más perjudica en el fondo es a quien las practica. ¿Qué les llevó a convertirse en estos mezquinos servidores del lado oscuro? ¿Qué falló en su educación para que eligieran minarse la salud en un ejercicio de (auto)destrucción del que nunca se saciaran, como unos yonquis del odio?
La más urgente necesidad en este país, por el bien de sus ciudadanos, es una correcta educación emocional. No sirve de nada enseñar contabilidad y dejar de lado el cómo gestionar tus emociones y tus impulsos. Todos estos problemas se derivan de no haber enseñado a tiempo a esta gente que lo importante de la película es otra cosa. Si este rollo New Age no les resultase demasiado convincente vayamos a los consejos morales de la generación que les precede. Por increíble que resulte que yo ponga este ejemplo: ¿Os acordáis de lo que el Padrenuestro decía en el “Y perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” antes de que lo reformaran?
En efecto, “perdona nuestras deudas” y “perdonamos a nuestros deudores”.