Son un símbolo de la conquista de las libertades civiles logradas por las comunidades de esta
región frente a los poderes tradicionales, la iglesia y la nobleza. En contraposición a los símbolos arquitectónicos de éstos dos últimos, los castillos y las iglesias, estos beffrois son auténticas catedrales laicas. Son bastante característicos de esta zona, hasta el punto de que el símbolo del departamento Nord-Pas de Calais es el beffroi de Béthune. Construido en el s.XIV, es el más famoso. Vale la pena venir a echarle un vistazo, porque está en medio de la Grand Place, que es de por sí impresionante. De noche, en navidades, con la fachada del ayuntamiento de frente (parece sacada de una viñeta de Batman), el resto de edificios de la plaza, las luces y el tiovivo en el que suenan valses, el conjunto es entre Kubrick y flamenco. Da miedo.
Sin embargo, vine a Béthune por un compromiso familiar. Os recuerdo que nos encontramos en una zona de Europa por la que han pasado bastantes acontecimientos importantes de la historia. Esta es la gran trinchera de la Primera Guerra Mundial y uno de los escenarios de la Segunda. Soy de la opinión de que es en la gente mayor donde tenemos que ir a buscar el espíritu de los
sitios que visitamos. Los ancianos son uno de nuestros mayores tesoros, mantienen viva la memoria de los acontecimientos desde la visión de la singularidad. Tener la ocasión de conocer a un hombre que vivía aquí con dieciocho años cuando acabó la Segunda Guerra Mundial fue para mí una gran experiencia. No hablamos de ella, porque este hombre en cuestión no suele hablar mucho del pasado, y no quisiera yo ponerme a remover un recuerdo posiblemente bien asentado en contra de su voluntad (aunque me moría de ganas). Pero en un momento dado, mientras él sostenía una foto de sus compañeros y se adentraba en el pasado con aquellos mismos ojos que seguramente habrían visto los bombardeos, el éxodo de la población civil a pie hacia el sur por las carreteras, tirándose a la cuneta cada vez que pasaba un avión, los uniformes nazis de verdad (y no esos pastiches de las películas), la llegada de los primeros aliados, cagados de miedo, a territorio aún alemán... yo tuve la certeza absoluta de que el viaje en el tiempo es posible. Lo único que tenéis que hacer es hablar con vuestros abuelos. Antes de que sea demasiado tarde y esa parte de la historia se hunda para siempre en los libros.

Y diréis "anda que no se ha ido lejos este gilipollas a buscar un ordenador conectado". Pues no, amigos. En este momento son las 02:37, os estoy escribiendo mientras me bebo un vinazo estupendo tumbado en la cama, después de haber cenado nueve tipos diferentes de queso con otros tantos de pan (de chez Paul) y mi chica duerme plácidamente. En efecto, he venido a pasar las navidades a LILLE! (los ordenadores gabachos no tienen todos los signos de puntuación españoles a la vista, tendréis que disculparme. De hecho no veáis lo putas que las paso para poner la ñ!). En realidad no es del todo correcto, el sábado nos vamos al sur, a Clermont-Ferrand, pero eso es otra historia. 
A mí particularmente me llama la atención la cultura comiquera que tiene esta gente. Buena parte de los autores de cómic europeos son de por aquí, y un cómic puede entrar en las listas de bestsellers con toda tranquilidad porque es de lo más normal. Lo que más me llama la atencion a priori cada vez que vengo es el olor. Señores, aquí huele a bollos recién hechos por la calle continuamente. A gofres y buñuelos. A pan caliente. A chocolate. Es horrible cómo se te hace la boca agua a todas horas, no importa que acabes de comer (como un titán por otra parte). Eso de que en España se come mejor es relativo. Al menos si eres un goloso como un servidor.
Voy a estar por aquí unos días, así que ya os seguiré contando con más detalle y con fotos propias, que me he dejado la cámara en casa. Aquí lo dejo por hoy, que se me hace tarde. Nos leemos!
