Me siento como si hubiese regresado de la guerra. En cierta manera así es: El otro día salí por fin de la trinchera que es la barra de La Cárcava (y que tanto tiempo me ha mantenido alejado de este blog y de los vuestros) para recalar de nuevo en ese mito vallisoletano hecho bar que es El Cafetín. Había olvidado cómo en este lugar todos los días hay historias que contar. Ahí va la de hoy.
Después de una noche en la que lo más reseñable es la visita del chaval con el que identifiqué al mierdecilla que nos atracó a ambos hace unas semanas y la de un borrachín desconocido que, después de dar la brasa a todas las clientas, sin importar edad ni condición física, se va sin pagar una caña y cuando le doy el alto me responde:
-Perdóname. Lo siento.
-Tío, que te vas sin pagar.
-Pero ¿cómo te voy a pagar? ¡Si no tengo un real!
-Estás invitado. Pero no vuelvas.
parecía que la jornada no daría más de sí. Y en absoluto.
Entra un tontolaba, habitual de la zona centro. Me pide un vaso de agua con un hielo. Se lo sirvo. Y luego me pide suplicante que lo rocíe con unas gotitas de pacharán. Mientras lo hago pienso en la metadona. En lo que tiene que suponer estar tan jodido de salud, dinero, necesidad o vergüenza como para pedir semejante guarrada yonqui. Detrás de él entran otros tres tíos chungos que te cagas, de tez abrasada por el sol (o congestionada, con estos tíos nunca se sabe si son jornaleros o cardiópatas, seguramente ambas), a cual más quinquillero. Uno de ellos le pide a Fernando Terreiro un anís, y le anuncia que sólo puede pagarle un euro y medio (el anís vale dos veinticinco). Yo sigo a lo mío, que es ponerle una absenta a una cachonda que viene del brazo de ese crooner pucelano que es Jorge Onecha. Y entonces otro de los fulanos, un rumano engominado con pinta de tío peligroso a lo Kurt Russell pero en flaco se nos acerca y consigue articular tras cinco minutos de lucha con la lengua castellana
-Perdona siñor. Yo llevo en España tres meses. Mis amigos dicen que haber un bar donde van hombres, pero yo no encuentra. Hombres que les gusta chupar. Chupar y todo.
-¡Ah, buscas un bar de ambiente!- respondemos Onecha y yo al unísono. Le damos la dirección del 1900 (“Si, ya ido, pero estar cerrado”) y del Libertad Tres. Luego se sienta con sus colegas, que le mandan venir de mensajero a la barra cada dos por tres, dado que debe ser el más educado de la mesa, para que les pongamos más bebida, lo que sea. Le decimos varias veces que estamos cerrando (mentira). Se van, y media hora más tarde nos llegan noticias de que los bares de al lado están llamando a la poli porque se están liando a patadas con sus puertas.
Qué fascinante la historia que puede haber detrás de ese homo del este, con su flequillo ochentero y su franqueza obscena. Quizá era la puta de los otros. Quizá no tiene pasta para pagarse una puta. Quizá es un putón auténtico que vino a este país buscando explayar plenamente su orientación sexual en el liberado y festivo occidente y acabo con esta basura de gente. En cualquiera de los casos, gracias a él he tenido algo curioso que contaros en este blog sin tener que hablar de mis cosas. Y se lo agradezco.
Bienvenido a nuestro país.