12/9/10

luces parpadeantes (y III)

Viene de Luces parpadeantes (II)

Me fui de Lille en plena crisis ansiosa por volver cuanto antes a cubierto, pero con la impresión de dejar a La Cabrona en buenas manos. El pirata de su novio fue absolutamente encantador y, aparte de llevarnos y traernos en su camioneta que olía a gasoil, desayunó con nosotros en la Grande Place y ayudó a elegir a La Cabrona una boite a meu para La Niña Fatal cuando yo fui incapaz de entrar en la tienda de juguetes, abrumado por la saturación de colores y sonidos en pleno estado de pánico. La Cabrona no sólo ya no necesitaba mi ayuda, sino que fue ella la que me prestó la suya para llegar al aeropuerto.

El nudo en la garganta que arrastré esos tres días no se soltó hasta que ya estuve aterrizando. Y no sé si lloraba por darme cuenta de que cuando por fín había tenido la ocasión de encontrarme con el doctor Beauvoir no tenía nada que decirle, salvo que qué buen día hacía y que me alegraba de verle. O por lo evidente que resultaba para todos que, a pesar del buen rollo general, como es lógico yo ya no formaba parte de aquella familia y eran otros los que iban a estar allí en los momentos realmente jodidos. O quizá lloraba, como cada vez que me entero de que una de mis ex novias se casa, por sentirme un poco más solo, estúpido y ridículamente paternalista.

Llegué a casa y sólo entonces caí en la cuenta de que estaba vacía. La Niña Fatal seguía fuera de la ciudad, en el entierro de su abuelo, y no llegaría hasta varios días después. De repente no tenía nadie a quién contar aquella odisea emocional. Recordé cómo me joden sus sensatos jarros de agua fría sobre mis ideas de bombero jubilado. Cómo su cabeza está bastante mejor amueblada que la mía y que no se deja engatusar como yo por las luces de colores que me habrían consumido como a un insecto. Recordé las pocas veces que había pensado en irme de su lado y recuperar mi ritmo de vida de soltero, intentando negar que la pasta de la que estoy hecho ya ha cambiado, que ha llegado el momento de pasar el testigo de la intensidad a cualquier precio a gente como Enthusiastic. Que ahora los motivos para hacer las cosas me vienen por otro lado. Había vuelto de rodillas desde Francia siendo otro y con la certeza de saber lo que de verdad es importante, y no podía compartirlo con ella. Imaginé cómo sería llegar todos los días a una casa así de vacía. Recordé, en un intento inútil de matar ese hipotético silencio, todas esas cosas que me sacan de quicio de ella.

Y las eché terriblemente de menos. Como nunca había echado de menos a nadie.

7 commentaires:

Y no precisamente en segundo plano...

Oye, cada día escribes mejor. Muy buena historia. Y los chicos de Blackie te agradecen que les hayas ayudado a llegar a la sexta edición de 'Cosas que los nietos deberían saber' (faja buganvilla). Os llevaríais bien.
De todos modos, reconozco que me jode que hayas sentado la cabeza, porque eso reafirma que el mío es un caso perdido.

Recogo su testigo de intensidad gustosamente, aunque no me vendría mal un casco...

(Verme citado en este blog y en la situación en la que me encuentro me ha sacado un sonrisa... Ü )

Un abrazo Vaderetro

(creo que esto ya lo dije, pero yo de mayor quiero ser como usted)

Je, si te sirve de consuelo Mel, siempre estoy sentando la cabeza... una y otra vez. Con mi ex gabacha hubo hasta planes de boda. Las gracias debería dárselas yo a la gente de Blackie por sacar estas cosas. Le tengo echado el ojo también a "La pesca de la trucha en América".

Y Sr. Enthusiastic, el día que el mundo tal y como lo conocemos se vaya al garete usted será el sheriff que nos dará a todos algo de comer con sus tomates de huerta ecológica!

Hermosa carta de amor, Sr. Cordero, hay que reconocérselo.

¡Bravo, Alex! Cada día te haces un poquito más Bécquer, a pesar de todo...Ü

Besos.

María.

que bueno alex tio! enhorabuena por los textos!