6/4/10

una caña para Sócrates


Después de año y medio de madrugar para ir a la oficina se pierde esa pátina de perdedor con glamour que te permite ponerle dignamente una copa a la fauna nocturna en esta ciudad. Tu órbita se va alejando lentamente de esas cañas entre semana del Cafetín y de sus crápulas ilustres… Hasta que un domingo al vermú te encuentras la foto de uno de ellos en el periódico con motivo de la reedición de su obra. Y te enteras, por fin, de que el Ruinas en realidad se llama Miguel Suárez.

El Ruinas venía (va) al Cafetín a pedirse una clara con gas (“con más gas que cerveza, por lo que pueda pasar”) y a medida que avanzaba la noche y se iba animando iba dejando el gas de lado y pidiendo la cerveza sola. Te pedía que se las fueras apuntando, pero Joaquín, el gerente, que era amigo suyo y que en alguna ocasión ya nos puso en antecedentes sobre la subterránea notoriedad del personaje, dejó caer alguna vez que el Ruinas tenía cuenta allí (una que nadie había visto) y que se traducía en un tácito “que pague lo que quiera”. A menudo le dolían los dientes, y te lo contaba mascullando mientras apretaba la mandíbula, como si enseñándote los incisivos dejara escapar aquel dolor que no le dejaba dormir. Recuerdo que le llamó la atención que yo acabara de llegar de Lille, y siempre que venía al bar y no tenía con quién conversar me abordaba contándome sus impresiones sobre una película que había visto, (“Un ángel sin alas”) acerca de una pareja de lesbianas, que se desarrollaba en la capital del Norte.

Alguna vez me lo encontré fuera de este hábitat natural suyo de la nocturnidad valleinclanesca del casco viejo y resultaba indistinguible de cualquier solterón deshauciado. Era chocante verle con una bolsa de la compra en la Plaza San Juan a plena tarde y especular sobre a dónde iba, porque no te imaginabas a un Ruinas doméstico en pantuflas: daba la impresión de que no tuviera una casa al uso. No, al menos, más casa que aquella a la que acude a pedirse una clara con gas.

Este hombre, que por lo visto es un grande de las letras españolas, y que seguramente será recordado como tal cuando le llegue su hora, es en vida uno de esos bizarros personajes de la bohemia vallisoletana a los que, por no estar enfadado con el mundo (¡a su edad, que desfachatez!) o no acudir al homenaje que le brindaba la Fundación Santiago Montes, parece que no se le tome en serio y resulte fácil tratarle como a un loco o sin el respeto que sí le procurarías a un señorón más aparente. Un poco como lo que debía ocurrir con Sócrates, a quienes sus contemporáneos tenían por un zumbado desarrapado que iba por las plazas largando tonterías y corrompiendo a la juventud impresionable.

Vamos, un don nadie.

2 commentaires:

Los listos que escriben sobre él dicen que está retirado. Desaparecido. A lo mejor es porque ya no va a los actos culturales. Pero yo siempre le he visto por ahí. Y a ellos no.

Siempre muestras otras caras del Valladolid de mis amores, y me encanta :)