¿Recordáis cuando el domingo era el día más triste de la semana, sólo superado por el propio lunes? Ese lento goteo de horas, esas tardes lánguidas y desocupadas sólo se daban cuando:
a) El leit motiv de la vida era salir el sábado. Cualquier otra actividad era puro tedio o doloroso calvario. Y el motivo de salir era hacer vida social. Y el motivo de hacer vida social era pillar cacho. Y para socializarte tenías que deshacerte de tus inhibiciones bebiendo.
b) El tiempo transcurría tan lentamente que la perspectiva de toda una semana hasta el próximo sábado se presentaba como una eternidad. La relatividad nos demuestra que una semana no es la misma cantidad de tiempo a edades diferentes: Si tienes quince años de recuerdos supone un porcentaje de tu tiempo de vida mucho más elevado que si tienes treinta, en cuyo caso pasa como una exhalación. El “si parece que fue ayer” es una frase que nunca se pronuncia antes de los veinticinco.
Llega un momento en que te das cuenta de que borracho ni se liga ni se socializa uno y sólo sales a beber en plan Rat Pack con gente curada de espantos que ya sabe de qué pie cojeas. Y cuando no tienes que dar cuentas a nadie de tu estado de embriaguez puedes salir un martes pero quedarte en casa el sábado. Es entonces cuando la ecuación se desmorona y abres los ojos: Descubres que no mola estar bolinga en un tugurio que huele a vómito tirándole los trastos infructuosamente (y lo sabes) a la tipa que menos te disgusta de la barra. Es mucho mejor estar achispadillo con un vino bueno, recién duchado y bien vestido, mientras te calzas una cecina con tomate al solete del mediodía. Y el día de la semana que más propicia esta actividad es el domingo. Como dirían los Diploide, "yo soy de pincho y caña". En el caso vallisoletano se da además la tesitura de que el Open Mic Pucela tiene lugar ese día por la tarde, con lo que es fácil empalmar los pinchos soleados con las cañas musicales, previa siesta reglamentaria que no tiene porqué dedicarse precisamente a dormir (para los solteros decir que la calidad y volumen del ligoteo es mucho mayor de tapas que en el tugurio anteriormente citado). Así es como el tradicional momento de la resaca y la vergüenza se convierte en un suave y largo fluir de placeres epicúreos. Y lo bueno de hacerte viejuno es que, cuando te quieres dar cuenta, ya es domingo otra vez y vuelta a empezar.
Desde ahora me declaro abiertamente dominguero. Y creo que vosotros también deberíais hacerlo.
15/12/09
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dominguero |
10/12/09
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ostras o mortadela (IX). tacones |
Soy un jodido fetichista de los zapatos. Sin paliativos. Mi ex gabacha me encandiló, entre otras cosas, porque cuando nos conocimos la tía perra llevaba unos botines de corte decimonónico anudados hasta el tobillo que bien podría haber llevado una bailarina de can-can. En este contexto pudiera parecer que las tipas con tacones de aguja me pongan un montón. Nada más lejos de la realidad. La mayor parte de la gente (hombres que cantan en Astrud o mujeres) que calzan taconazo no tienen ni puta idea de andar con ellos (ni nos planteemos el bailar), lo que revierte en hacerles perder un buen montón de puntos en cuestión de follabilidad. Y es algo bastante lógico que poca gente sepa moverse con ellos: Los tacones son uno de los artificios más absurdos, antinaturales y sadomasoquistas que haya concebido nuestra cultura porque, como bien apunta La Niña Fatal, su función no está ligada a la elegancia o la pompa sino, pura y duramente, al follar. Yo personalmente colocaría cierto tipo de calzado en la sección de lencería.
El caso es que no sé si os habéis fijado (yo sí) en la cantidad de tacón que se gastan las adolescentes hoy en día cuando salen. Yo, que me crié en plena explosión femenina de los vaqueros rotos, las camisas de cuadros de franela y el pelo sucio, observo asombrado esta recuperación para la chavalería de los valores del lujo. Si bien es verdad que con cierta edad tus apetitos están ya educados y son más retorcidos, también entiendo que a los compañeros de clase de estas niñatas les pueda estallar una vena en el cerebro (entre otras) con semejante espectáculo, pero yo no puedo evitar ver a un montón de púberes grotescamente maquilladas andando como si pisaran huevos y pasando frío. Lo que sí que logran es crear una falsa idea de adonde van. Uno las ve así uniformadas y se las imagina en la grabación de un video de raperos chungos, en una fiesta privada con piscina, champán y coca, en una limusina… Pero resulta que te las encuentras el sábado por la tarde en el Carrefour comprando una botella de Bacardi y dos litros de Cocacola. Porque van a un botellón. Piensas en esos zapatos entre los cristales rotos y las mierdas de perro de un parque y a tu sentido del decoro (pordios, ponte un vaquero y unas Converse) se le saltan las lágrimas. Sin embargo la imagen en su globalidad me resulta tan neo punk que no puedo por menos que aplaudirla e incluirla en esta sección. Esta generación lo ha entendido perfectamente: Los reclamos sexuales no son más que la sombra de una vida apostada en un lujo inalcanzable e idealizado. El contexto no sólo no importa, sino que cuanto más alejado esté de esta idealización, más hará brillar al reclamo en sí. El riesgo de este planteamiento es que a todas estas crías sus padres les consientan el ir como van y esto se acabe convirtiendo en un todo a cien de los chinos abarrotado de figuritas de porcelana, a cual más brillante y barroca, pugnando por destacar más que sus compañeras de estante de ferretería bajo la luz de un sucio fluorescente.
Absolutamente aterrador.
4/12/09
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interpretación de un final y un principio |
He sido muy feliz en esta casa que dejo ahora. He disfrutado enormemente de la compañía de mis compañeros de piso, Jose y Anaí, a los que quiero profundamente. He tenido reveladoras epifanías, he tocado grandes temas a la guitarra con mi adláter mientras dábamos cuenta de una botella de Karmeliet, he cantado mucho en esta ducha. Me he sentido reconfortado y a salvo entre estas cuatro paredes y esta luz cálida y tenue. De todos los pisos de alquiler que he compartido este es uno de los pocos que ha sido verdaderamente mi hogar.
Pero releyendo esta entrada sobre la primera noche que pasé aquí he comprendido qué significaba aquella señal que recibí (tendréis que releerla vosotros también para saber a qué me refiero): Cuando la magia se acaba es hora de dejar de ser un mago y convertirse en un hombre. Abandonar la intuición para abrazar la fe. Y no creo que sea justo que parezca que, como les pasa a muchos otros, me voy a vivir con La Niña Fatal porque ya no me siento tan indestructible como para afrontar esta tempestad yo solo. Que me acomodo y asiento la cabeza, sacrificando mi total y absoluta libertad (a veces incluso libertinaje), porque ya no puedo seguir con esta intensidad que, en realidad, era ya otro tipo de atadura. No, no es justo ni para ella ni para mí.
Que la vida con La Niña Fatal es más tranquila y adulta es un hecho. Que vayamos a pagar un alquiler en vez de dos con la que está cayendo también ayuda. Sin embargo estas cuestiones nunca me han detenido antes. Si me voy a vivir con La Niña Fatal es porque confío plenamente en ella. Porque me encantan todas sus modalidades de risa, desde la nerviosa sin sonrisa cuando me esta contando algo a la extenuante carcajada cuando tiene el día tonto. Porque, a pesar del desastroso resultado, intenta tararear las canciones que no se sabe. Porque de pequeña bautizó a sus dos tortugas como 'Aretha' y 'Franklin'. Porque me encanta cocinar para ella. Porque necesito darle los buenos días todos los días. Porque usa calcetines de rayas. Por su inagotable paciencia conmigo. Porque no me imagino cometer una torpeza sin que me haga rabiar luego. Porque no le da cancha a mi hipocondria. Porque me encanta que me sujete en sueños para que no me caiga de la cama, aunque no me esté cayendo. Porque después de un año todavía no sé si cuando me llama "gordito" está siendo irónica o no, lo cual es tremendamente irónico en sí mismo. Porque se ríe todas y cada una de las veces que le cuento lo del niño con voz de adulto (y son varias al día). Porque es increíble haciendo regalos. Porque me encanta su humor políticamente incorrecto y directo a la llaga más sangrante debajo de ese aspecto dulce de no haber roto un plato. Porque no creo que haya nadie que respete tanto mi individualidad y mi independencia como ella, y que me necesite sin tener que demostrármelo cada segundo, que me deje respirar y al mismo tiempo me dé de respirar. Porque, a pesar de su apodo, no es un niña, sino una mujer. Ahogo mis libros, rompo mi báculo y dejo mi reino por propia voluntad porque esta es la única aventura que realmente me quedaba por vivir.
Y porque la quiero.