24/12/10
19/11/10
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la casa a cuestas |
Entre las cosas que siempre llevo encima está mi cepillo de dientes porque, como todo el mundo sabe, allí donde esté tu cepillo de dientes está tu hogar. Es una costumbre que adquirí cuando tocaba con la orquesta, en una época en la que nunca sabía exactamente dónde dormiría esa noche (mañana más bien), dónde comería, me lavaría o incluso cuando sería la próxima vez que podría hacer alguna de esas cosas. Era una vida en la carretera en toda regla, que me enseñó que, cuando careces de rutinas y seguridades en la vida, un cepillo de dientes puede ser lo único que necesitas para sentirte en casa. Un hogar de perfil bajo que puedes llevar siempre contigo, sean cuales sean tus circunstancias.
Desde hace unos días he añadido al kit básico de supervivencia un bote de gel de ducha porque me han cortado el gas. Hasta que se resuelva, la Niña Fatal y yo andamos mendigando una ducha, principalmente en casa de sus padres. En la de los míos también he recalado en algún momento. Pero cuando tu agenda te obliga a ducharte en casa de una compañera de clase (y amiga) o le tienes que decir a tus amigos del centro que preparen una toalla de más por si acaso, la cosa adquiere un tono un tanto outsider. Ayer, desnudo bajo un chorro de agua caliente en un plato de ducha extraño, rodeado de productos de higiene de gente a la que no conocía, me dí cuenta de lo frágil que es nuestro concepto del hogar. Y me reafirmé en la idea de que deberíamos estar siempre preparados para perder. Mantener bajas las expectativas para no estar puteados cuando lo que pensamos que son nuestras vidas se vaya a la mierda. Dejar listo nuestro funeral si vamos a viajar a un país con riesgo de amenaza terrorista.
Manteniendo una actitud de supervivencia dejaremos de sentirnos desnudos y podremos, cuando por fin vuelvan a conectarnos el gas, disfrutar de los milagro diarios que de otro modo daríamos por hechos.
9/10/10
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botáronme droja |
Me he acordado mucho de Contador esta semana. Los que no podemos chutarnos (por distintos motivos) tarde o temprano acabamos viviendo en un mundo de amenaza constante en el que no comemos ni bebemos nada sin cuestionarnos su procedencia, composición y efectos en el organismo. A veces a costa de nuestra vida social.
Fin de semana de rodríguez. Quedo con los Arizona, David Royal y otros habituales del crapulismo pucelano para ir a ver a Vinila, que toca en el Porta. Nos tomamos un par de cerves, cada una más tibia que la anterior, y hacia el final del concierto me encuentro con Pablo Campingás y nos ponemos a charlar. Se nos acerca una rubia, me pasa una cerve y desaparece entre la multitud. Yo se la paso a Pablo, ¿es tu chica? no la conozco. Qué va, yo tampoco sé quién es, la cerve será para ti. No he reconocido a la rubia, pero a estas alturas no ando muy católico y, vete a saber, seguro que la conozco. Lo mismo es fan de los Royal o algo. Total, lo que no mata...
Me vuelvo hacia el tumulto mientras doy el primer trago, intentando localizar a la rubia para darle las gracias. La encuentro con dos tipos chungos que conozco de vista del Penicilino, los tres mirándome, inquisidores. Y entonces salta la alarma. Y la cerve de repente me sabe a cosas que no he probado nunca. A eme. A éxtasis. A setas. Joder, llevo tanto tiempo fuera del circuito de la drogaína que ni siquiera sé cómo coño se llaman todas estas mierdas. Voy al baño, pasando por delante de los tres desconocidos para tantear de qué cojones va esto. Oye gracias por la cerve, le digo a la rubia. De nada. Siguen mirándome, analizando cada puto gesto que hago. Me cagüenlaputa. Recuerdo a Héctor contándonos la vez que le metieron una rula en el cachi en las fiestas de La Lastrilla. A Jorge ofreciéndome, en esta misma sala, beber de su petaca y, tras rechazarle tres veces, preguntarle qué era aquello. Bourbon, me dijo. Bueno, también le he echado unas setas, hawhawhaw. Qué cojones, la semana pasada cada vez que iba al baño me olía a marufla porque ese sábado en Lavapiés me aderezaron con ella un mojito sin yo saberlo.
Vuelvo del baño y hablo con Vielba. Oye pollo, ya sabes que soy un neuras, pero creo que me han echado algo en la cerve. No jodas, qué suerte, ¿quién ha sido? La rubia esa y sus colegas que nos miran. Bueno, no te emparanoyes ¿no será que la rubia te quiere ligar? Ni se me había pasado por la cabeza, tío. Vuelvo a acercarme a ellos y me pongo a hablar con la rubia. Oye, gracias de nuevo, pero ya voy un poco tocado y sólo he podido darle unos sorbos. De nada, tendrás un nombre, ¿no? Por cierto, vas muy elegante, me pierden los hombres elegantes. Fíjate qué excusa más tonta para darte mi teléfono, me llamo menganita. Oye, encantado, dos besos. Me llamas, ¿eh?
Lo siento muchacha. Estoy cogido. La Niña Fatal me espera en casa. Pero incluso aunque me hubieses encontrado en aquella época en la que me estaba bebiendo y follando el mundo, este anticlímax que hemos construido juntos habría hecho imposible que sintiera por ti otra cosa que no fuera este bajón, este alivio triste, este tocar fondo en el pozo del desencanto. Ni siquiera sé si al final realmente me echaste algo en la cerve para poder ligarme más fácilmente. Me imagino que nunca lo sabremos.
Ya lo sabéis chicas. Si queréis ligar conmigo JAMÁS me traigáis algo de beber.
12/9/10
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luces parpadeantes (y III) |
Viene de Luces parpadeantes (II)
Me fui de Lille en plena crisis ansiosa por volver cuanto antes a cubierto, pero con la impresión de dejar a La Cabrona en buenas manos. El pirata de su novio fue absolutamente encantador y, aparte de llevarnos y traernos en su camioneta que olía a gasoil, desayunó con nosotros en la Grande Place y ayudó a elegir a La Cabrona una boite a meu para La Niña Fatal cuando yo fui incapaz de entrar en la tienda de juguetes, abrumado por la saturación de colores y sonidos en pleno estado de pánico. La Cabrona no sólo ya no necesitaba mi ayuda, sino que fue ella la que me prestó la suya para llegar al aeropuerto.
El nudo en la garganta que arrastré esos tres días no se soltó hasta que ya estuve aterrizando. Y no sé si lloraba por darme cuenta de que cuando por fín había tenido la ocasión de encontrarme con el doctor Beauvoir no tenía nada que decirle, salvo que qué buen día hacía y que me alegraba de verle. O por lo evidente que resultaba para todos que, a pesar del buen rollo general, como es lógico yo ya no formaba parte de aquella familia y eran otros los que iban a estar allí en los momentos realmente jodidos. O quizá lloraba, como cada vez que me entero de que una de mis ex novias se casa, por sentirme un poco más solo, estúpido y ridículamente paternalista.
Llegué a casa y sólo entonces caí en la cuenta de que estaba vacía. La Niña Fatal seguía fuera de la ciudad, en el entierro de su abuelo, y no llegaría hasta varios días después. De repente no tenía nadie a quién contar aquella odisea emocional. Recordé cómo me joden sus sensatos jarros de agua fría sobre mis ideas de bombero jubilado. Cómo su cabeza está bastante mejor amueblada que la mía y que no se deja engatusar como yo por las luces de colores que me habrían consumido como a un insecto. Recordé las pocas veces que había pensado en irme de su lado y recuperar mi ritmo de vida de soltero, intentando negar que la pasta de la que estoy hecho ya ha cambiado, que ha llegado el momento de pasar el testigo de la intensidad a cualquier precio a gente como Enthusiastic. Que ahora los motivos para hacer las cosas me vienen por otro lado. Había vuelto de rodillas desde Francia siendo otro y con la certeza de saber lo que de verdad es importante, y no podía compartirlo con ella. Imaginé cómo sería llegar todos los días a una casa así de vacía. Recordé, en un intento inútil de matar ese hipotético silencio, todas esas cosas que me sacan de quicio de ella.
Y las eché terriblemente de menos. Como nunca había echado de menos a nadie.
5/9/10
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luces parpadeantes (II) |
Viene de Espiral pitorréica
-¿Te has llevado las llaves de casa? Porque cuando vuelvas yo no estaré. Me voy unos días fuera: Mi abuelo ha muerto.
No llegué a conocer al abuelo de La Niña Fatal. Me hablaron mucho de él antes y después de aquella llamada, y por lo visto gozó de un humor envidiable hasta el último momento, siempre con una sonrisa. Me resultó confuso estar en Lille resolviendo entuertos emocionales del pasado cuando quizá era más necesario en casa, apoyando un (no por esperado menos triste) desenlace del presente. Recibí aquella llamada unas horas después de aterrizar, y a partir de ese momento este viaje, pensado para despedirme del doctor Beauvoir, adquirió una perspectiva más global, pero perdió parte de su sentido.
La Niña Fatal estará bien, es una chica fuerte, pensé, seguramente más que yo. Aunque no podemos saberlo. No se me ha muerto nunca nadie. Exceptuando a mi abuelo, claro, pero yo era pequeño y no cuenta. Tengo treintayun años y nunca he visto un cadáver. Nunca he vivido una tragedia, lo que, por increíble que parezca, tiene su inconveniente. Porque la parte de tí que te saca adelante cuando sucede una desgracia reclama su alimento, y puede convertir la ausencia de pérdidas en una angustiosa espera de lo que algún día acabará llegando. Creo que por eso me volqué tanto en la tragedia que sí estaba viviendo La Cabrona: Me despedía de su padre con la esperanza de no tener que despedirme del mío. De alguna forma, algo en nosotros está hecho para sufrir. Con lo que sea. Para estar preparado cuando por fin veamos morir a la gente con la que más nos hemos compartido. Cuando dejen de ser personas para convertirse en historias que sólo los que nos quedamos recordaremos, mientras nos vamos quedando cada vez más solos, hasta que no quede nadie que nos entienda.
La alternativa a todo esto es morirse uno antes. Es decir, que si no toco en el funeral de El Meister será porque él habrá tenido que hacerlo en el mío.
Finaliza en Luces parpadeantes (y III)
27/8/10
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luces parpadeantes (I) |
-Mi padre se muere.
El doctor Beauvoir es el padre de mi ex gabacha (alias La Cabrona). Durante los difíciles meses que pasé en el norte de Francia el doctor Beauvoir fue para mí mucho más que un suegro. Fue un impagable apoyo logístico y moral, un hombre excepcional que me abrió sin reservas las puertas de su casa. Todo un padre suplente. Y ahora estaba muy enfermo. Se moría. La Cabrona me llamaba llorando para contármelo porque ya no tenía a quién acudir para hablar de ello abiertamente. El resto de su vida no iba mucho mejor. Poco apoyo puedo ofrecerte por teléfono, le dije mientras consultaba los horarios de los vuelos a Charleroi y mi apretada agenda. Unos días después tuve que darle el pésame a un buen amigo de La Niña Fatal y recibí una de esas llamadas de madre, con un nudo en la garganta, que te hiela la sangre.
-Tu padre está en el hospital.
Por lo visto un dolor en el pecho, un viaje a urgencias y unos días de pruebas y analíticas. Todo en orden, vigile el estrés, pero era su primera baja laboral en treinta años. Y eso acojona. Ese día cumplía cincuentaiséis. ¿Cómo se me pudo haber olvidado? ¿Por qué nadie me avisó? Le regalamos un bañador para que hiciera algo de ejercicio. Capté la indirecta y cogí un avión. Y me llevé para el camino Cosas que los nietos deberían saber porque parecía una lectura muy apropiada. Resultó ser no sólo una gran distracción, sino también la mejor ayuda posible para el viaje que me esperaba.
Continúa en Musicomicbooks...
11/8/10
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Sonorama 2010 |
Bueno, allá vamos otra vez. ¿Las canciones con The Royal Suite? Perfectamente ensayadas. ¿Las sorpresas? Preparadas también. ¿El merchandising? Clasificado y contabilizado. ¿La hoja de ruta con la organización? El viernes las 10:00 en la Plaza de la Sal para probar sonido, que tocamos a las 14:00. ¿Los pases V.I.P.? Para eso hay que localizar mañana a un par de tipos bastante ocupados, nos va a llevar tiempo. ¿El alojamiento? Concertado, nos esperan. ¿Los móviles de los amigos entre el público? Pásame el de Milgrom y el de Nina que no los tengo.
¿Nuestro escenario? ¡La hostia puta!
¿Nuestros camerinos? ¡LA HOSTIA PUTA!
Por no hablar de que este año estamos todos los malditos grupos de colegas de Valladolid en el festival: Arizona Baby. Campingás. Dehra Dun. Euphoria. Stealwater. My Friendly Ghost. Y eso los de aquí. Porque también vienen muchos buenos amigos como Los Coronas o Idealipsticks. Y si me pongo a enumerar la pléyade de artistas, crápulas y demás mala gente con la que contaremos entre el público no puedo por menos que echarme a temblar.
Este año la vamos a liar parda.
25/6/10
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murmullo |
Quisiera drogarme. Pero no puedo.
La vida sin droga tiene un murmullo de fondo del que no nos percatamos hasta que nos chutamos y desaparece. Un zumbido constante, una inquietud con la que nos acostumbramos a vivir y que, mejor o peor, nos deja seguir trabajando, pero que cuando llega el momento de apagar la luz no nos deja dormir. Cuando nos drogamos estamos matando esa mosca cojonera y alcanzamos una paz con la que ni nos habríamos atrevido a soñar. Así que esto es la verdad. Esto es el silencio que hay de fondo de todas las cosas. Este es el estado en el que me encontraría siempre, por defecto, si no tuviera ese murmullo dentro, me digo cada vez que me meto. Que son menos veces de las que querría. Muchas menos. Casi ninguna, en realidad. Pero cuando ocurre descubro que el mundo entero me la sopla. Que yo mismo me doy igual. Y es fantástico. No es como con el vino, en absoluto. Con el vino he de elegir entre sentirme bien cuando estoy enfermo o sentirme enfermo cuando estoy bien. Es paliativo, pero no absoluto.
Pienso a veces en cómo debe ser la vida de un yonqui rehabilitado. Abandonar voluntariamente esa paz a cambio de que un asistente social, que probablemente se drogue, intente meterte a empujones por una rendija por la que no cabes en un lugar en el que tu presencia es una molestia y en el que deberás suplicar por favor durante el resto de tu (por otra parte bien mórbida) vida que te dejen limpiar retretes para subsistir. Luchando sin descanso por llegar a la montaña cuando ya has probado cómo es que la montaña llegue a tí. Y siempre ese murmullo… Yo antes preferiría darme un último homenaje.
Pero no puedo. Tengo con las drogas la misma relación que una integrista judeocristiana ninfómana con el sexo. Por eso no puedo pararme quieto. Por eso necesito constantemente tanto ruido a mi alrededor. Porque si en algún momento dejo que ocurra el silencio descubriré que no existe, que siempre habrá un murmullo incesante, exasperante y agónico de fondo que sólo desaparecerá si hago algo feo, algo que está mal. Muy mal.
14/6/10
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la educación sentimental (II) |
No he podido evitarlo. He abierto la bolsa de plástico de Pandora, en vez de quemar su contenido, y he hurgado a ver que salía. Me equivoqué: Pensaba que contenía las cartas que intercambié durante años con la misma persona, pero lo que de verdad había allí era mucho más terrible.
Con cerca de trece años se me ocurrió escribir a la sección del suplemento ¿infantil? de El País Semanal que publicaba las cartas de los jóvenes lectores que facilitaban su dirección en busca algo de correspondencia. Una descabellada costumbre que se tenía en el siglo pasado, antes de que se inventaran las redes sociales y el messenger. No sé qué cojones se me pasó por la cabeza. Era una época en la que en vez de intentar buscarle un sentido a cualquier nimiedad cometida, simplemente hacía cosas que significaban cosas, pero sin tener consciencia de ello y ni puta idea de lo que podían simbolizar. Funcionó jodidamente bien. Recibí varios cientos de cartas, en su mayoría de crías de la misma edad que yo, contándome de todo. Desde banales anécdotas escolares hasta jodidísimas truculencias, pasando por absurdas declaraciones amorosas, fruto más de un temprano desarrollo hormonal y una imaginación desatada que de nada más. En la bolsa estaban algunas de esas cartas.
Ver tu nombre completo escrito por tantas manos diferentes es algo que da bastante vértigo. Es algo que, seguro, significa otra cosa. Lo suficiente como para pensarte dos veces abrir alguna al azar y releerla. Pero lo hice. Una chica bastante graciosa con un humor muy ácido agradecía con cierta ironía que la contestase por segunda vez. Luego explicaba que había estado haciendo una especie de vudú con la primera carta, en venganza por haber tardado tanto en responder. Me hizo gracia comprobar cómo ya entonces me gustaba que me metiesen caña. Pero el tono me resultaba demasiado familiar. Luego la letra también. La firma y el matasellos no dejaban lugar a dudas: Resulta que fuí a leer la única carta que conservo suya. ¡Qué fantástica ruleta rusa! De entre todas las vidas posibles, de todos los caminos por recorrer, de todos los yoes creados por las circunstancias y la educación (sentimental) volví a caer de forma completamente fortuíta en este mismo, en el mío. En ese en el que os acabo contando esta historia a vosotros en la entrada de un blog.
¡Claro, cómo no! No podía ser de otra manera.
7/6/10
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la educación sentimental |
Qué gran invento, las relaciones epistolares. No es de extrañar que a menudo tenga presente ese sofisticado y decadente juego que es Las Amistades Peligrosas como metáfora para situaciones cotidianas. No puedo evitarlo. Pero el motivo último para que eche de menos los sobres y los buzones es que una parte de lo que soy tiene su origen en un amor adolescente que tuve por carta hace tiempo (tanto que por aquel entonces Kurt Cobain aún estaba vivo, no digo más). Bueno, pues Craig Thompson ha cogido cada preciso detalle de mis recuerdos sobre aquello, punto por punto, fechas incluidas, los ha arrancado de León y se los ha llevado a Michigan para dibujar Blankets.
La versión de Thompson de lo que me ocurrió es, a pesar de su cercanía, inocentemente romántica con un fuerte componente religioso. No pasa por el tamiz de la experiencia adulta y su interpretación psicológica, o al menos no permite que contaminen el relato. Es más magia que otra cosa. Y yo lo he leído justo ahora que acabo de encontrarme las cartas con las que empezó esta historia. Y me he acordado de cómo me sentía cuando el mundo era nuevo y emocionante, trágico o glorioso, contenido pero incontenible. Cuando el problema era que todo te venía grande en vez de pequeño. Cuando las emociones te pasaban por encima brutalmente, haciendo estragos a su paso, sin que supieras cómo cojones gestionarlas, en vez de tenerte buscando, sediento en mitad de un desierto de estabilidad emocional, algo que te destroce por dentro. Cuando tu vida era absolutamente frustrante pero esas dos o tres visitas al año hacían que todo valiera la pena. Y era increíble. Y también una puta mierda.
Da igual quienes fuéramos. Podríamos haber sido otros. Da igual que fuéramos tremendamente torpes. Aquel intensísimo episodio consumió gran parte de mi combustible emocional, que debía durar toda una vida, en un fogonazo deslumbrante, una supernova que cauterizó, para quienes vinieron después, la herida de los celos en la que los demás hurgan como fundamento para sus relaciones. Me siento afortunado de haber vivido (yo también) aquello. Pero no lo añoro. A pesar de haber cambiado aquellos chutes de adrenalina por las facturas, pasar el aspirador o los compromisos sociales, a pesar de que ese inocente y emocionado panoli se haya convertido en el hombre cínico y desconfiado que soy ahora, aquel sin vivir en realidad era una putada. Un efímero pasaje necesario para mi (citando a otro ilustre gabacho desilusionado) educación sentimental. Como Thompson, me ví quemando mis naves (y esas cartas que no releeré serán lo siguiente), andando sobre la nieve sabiendo que las huellas no perdurarían.
Un brindis, eso sí. Buena suerte, jodida psicópata.
1/6/10
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Zahara: “Creo que me estoy liberando, cada vez hay menos personaje y más yo” |
28/5/10
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Dr. Cordero y Mr. Vaderetro |
Creo que se habrán percatado de que hace tiempo que no escribo nada. Eso es porque no tengo una puta mierda que contar. Nada interesante, al menos. Ninguna de esas entradas que provocan una llamada de mis padres para preguntarme si estoy bien. Ningún texto que haga que me plantée si lo que yo entiendo por El Compromiso Con La Literatura es algo saludable, es decir, si vale la pena airear tu vida personal, y con ella las de los que te rodean y te quieren, sin importarte una mierda el daño que puedas hacer porque todo mal que puedas causar con esa expresión está justificado por El Arte.
Nada. Chanchullos de los bancos en el trabajo, como mucho. Poca hostia.
Así que ayer me tomé unas vacaciones de mí mismo, sin avisar y sin sentirme culpable. Le dí un poco de cancha al hijoputa que todos llevamos dentro. Le dejé asomar los hocicos al depredador, que el pobre hacía tanto tiempo que no le daba el aire que creo que La Niña Fatal ni siquiera ha llegado a conocerlo. Y entonces ocurrió: Me tomé dos cañas con los amigotes un jueves. Y todo me importaba un bledo. Y me acordé de cómo era tener cosas que contar.
Curiosamente llegué a casa con ganas de ponerme a escribir.
9/5/10
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todos somos Arizona |
Hace tiempo que no doy os doy la zurra con los Arizona Baby (al menos a través del blog). Y esta será la última vez que lo haga. La explicación es muy sencilla: Ya no es necesario. Todos los medios nacionales ya lo están haciendo. Los acólitos de la banda hemos pasado de emocionarnos cuando salían en el telediario o sonaba un tema suyo (principalmente Shiralee) en Radio 3 a extrañarnos si sólo les ponen tres veces al día. Ya casi nos parece normal que hayan compartido escenario con MC5 o que vayan a telonear a Chris Isaak (y a muchos otros aún más míticos en breve). Que vayan a estar en todos los festivales este verano, salvo el FIB (y al tiempo) y el Azkena, que es una novia tozuda que esperemos que caiga el año que viene. Que en la entrega de los premios Guille, presentados por Pablo Carbonell, Dover les entregara el premio a mejor banda revelación y lo recogiera Vinilla Von Bismarck porque ellos estaban en Los Ángeles. Que hayan ganado el Pop Eye a la mejor banda de Rock (el mismo premio que el año pasado ganaron Idealipsticks, otros buenos amigos que hemos hecho en la carretera). Que de forma unánime los medios digitales especializados les hayan citado como la gran esperanza del Rock en este país.
Una carrera fulgurante que no ha hecho más que empezar y que, siguiendo su particular imaginario, les llevará a castellanizar Arizona de la misma forma que han arizoneado Castilla. Lo único que les queda para conseguirlo es mantenerse. Y ahí ya no puedo ayudar. A partir de ahora os remito al fantástico trabajo que el señor Arito está haciendo desde su blog, que se ha convertido en el mejor dossier de prensa que podáis encontrar sobre la banda. Buena suerte, bandidos.
Y además, ya va siendo hora de que dedique todo ese tiempo y energía a otra banda que, por fin, parece que también está empezando a ver algo de luz al final del tunel...
6/4/10
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una caña para Sócrates |
El Ruinas venía (va) al Cafetín a pedirse una clara con gas (“con más gas que cerveza, por lo que pueda pasar”) y a medida que avanzaba la noche y se iba animando iba dejando el gas de lado y pidiendo la cerveza sola. Te pedía que se las fueras apuntando, pero Joaquín, el gerente, que era amigo suyo y que en alguna ocasión ya nos puso en antecedentes sobre la subterránea notoriedad del personaje, dejó caer alguna vez que el Ruinas tenía cuenta allí (una que nadie había visto) y que se traducía en un tácito “que pague lo que quiera”. A menudo le dolían los dientes, y te lo contaba mascullando mientras apretaba la mandíbula, como si enseñándote los incisivos dejara escapar aquel dolor que no le dejaba dormir. Recuerdo que le llamó la atención que yo acabara de llegar de Lille, y siempre que venía al bar y no tenía con quién conversar me abordaba contándome sus impresiones sobre una película que había visto, (“Un ángel sin alas”) acerca de una pareja de lesbianas, que se desarrollaba en la capital del Norte.
Alguna vez me lo encontré fuera de este hábitat natural suyo de la nocturnidad valleinclanesca del casco viejo y resultaba indistinguible de cualquier solterón deshauciado. Era chocante verle con una bolsa de la compra en la Plaza San Juan a plena tarde y especular sobre a dónde iba, porque no te imaginabas a un Ruinas doméstico en pantuflas: daba la impresión de que no tuviera una casa al uso. No, al menos, más casa que aquella a la que acude a pedirse una clara con gas.
Este hombre, que por lo visto es un grande de las letras españolas, y que seguramente será recordado como tal cuando le llegue su hora, es en vida uno de esos bizarros personajes de la bohemia vallisoletana a los que, por no estar enfadado con el mundo (¡a su edad, que desfachatez!) o no acudir al homenaje que le brindaba la Fundación Santiago Montes, parece que no se le tome en serio y resulte fácil tratarle como a un loco o sin el respeto que sí le procurarías a un señorón más aparente. Un poco como lo que debía ocurrir con Sócrates, a quienes sus contemporáneos tenían por un zumbado desarrapado que iba por las plazas largando tonterías y corrompiendo a la juventud impresionable.
Vamos, un don nadie.
25/3/10
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dialéctica del asco |
Me paro a sacar pasta en el cajero. Debería haber aprendido la lección pero, qué cojones, estamos en el centro a plena luz del día.
-Oye colega, perdona…
Mierda. ¿De dónde ha salido este puto yonki? Ni lo he visto venir. El cabrón se ha vuelto invisible hasta que me ha visto meter la tarjeta, y luego al ataque. Su puta madre.
-Oye, ¿podías dejarme un euro que me falta para…
-Espérate, que creo que el cajero se me ha comido la tarjeta.
Aprovecho el clásico momento empatía falsa de dar el palo (¡vaya putada colega! A ver si te la devuelve) para evaluar los riesgos, con la alerta disparada, eso sí. El fulano apenas levanta metro y medio del suelo. Le tengo a mi lado, no a la espalda, así que a través de las gafas de sol puedo controlar dónde pone las manos mientras recupero la tarjeta y el billete. Mantengo las distancias.
-Tranqui tío, no te emparanoyes, no soy ningún quinqui que venga a darte el palo, sólo soy un gitanico que vengo del cementerio, ya sabes, por lo del día del padre y tal -que fue hace una semana hijoputa, pienso yo- y luego el autobús… Vamos, que es que he quedado ahí al lado y es para tomarme una caña.
¡Con dos cojones! En cualquier caso necesito más testigos potenciales alrededor. Pero ya.
-Vale, ya está. Vamos ahí al kiosco que tengo que cargar el bonobús y te doy el euro.
Me acompaña caminando a mi lado, mientras yo ya doy por perdido el billete. Pero no, llegamos al kiosco sin más incidentes. Mientras le doy la tarjeta monedero y el billete a la dependienta, el yonki aprovecha para sacar diez céntimos del bolsillo y comprar dos chicles. Con un par.
-Toma colega, ¿quieres uno?
-No, no me gustan los chicles -Y es verdad, no me gustan.
-Ya, seguro que tu prefieres un FLAX!
-Toma el euro. ¿Tendrás suficiente?
-Sí, sí, de sobra. Gracias tío. ¡Venga, nos vemos!
Y sale corriendo como si me acabase de atracar. ¡Y no lo ha hecho, el hijo de puta! Ha sido perfectamente educado, me ha pedido un euro amable y honestamente sin intimidarme ni amenazarme, sin subterfugios sobre en qué se lo iba a gastar (aunque tampoco tenía por qué darme explicaciones) yo se lo he dado voluntariamente, no me ha arrebatado por la fuerza más dinero del que me ha pedido, me ha dado las gracias y se ha pirado sin más. Lo único que esta situación ha tenido de atraco han sido su protagonista: un jincho que ya tiene tan interiorizado este protocolo que no le hace falta atracar para atracar. Tan consciente de lo repulsiva que es su presencia que la utiliza para que le des dinero a cambio de librarte de él. Qué puto genio. Qué dominio de la psicología. Si no se le cayeran los dientes yo le contrataría como alto directivo para cerrar tratos multimillonarios. Vale tío, quédate con Endesa y Goldman&Sachs, pero lárgate de aquí, pordios.
Sinceramente, le di el euro porque, entre otras cosas, se lo había ganado.
18/3/10
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el principio de todo |
Le ponemos banda sonora a Lucifer Rising, de Kenneth Anger, satanista que le encarga la banda sonora original a Bobby Beausoleil, de la familia Manson. No tengo muy claro que la cinta vaya sobre el apocalipsis, pero así se anuncia en el programa de la actividad. El Meister, que a estas cosas le suele buscar la faceta subcultural, en esta ocasión me pregunta ¿esto no dará mal fario? No creo, le respondo, lo peor que puede pasar es el apocalipsis. Y como nos dice Alan Moore a través de Promethea, eso es algo bueno. Anger es seguidor de Crowley, como Moore. Semanas después releo el cómic (a cuyo final nunca he llegado), en el que Crowley es un personaje recurrente. Cuando llego a la parte del fin del mundo, en el autobús, de vuelta del trabajo, tengo la vívida impresión de que en algún lugar (¿de mi cabeza?) ha ocurrido algo trascendente. Días antes Portrait publicaba esto, y ese domingo yo había tocado esto otro en el Open Mic.
Lo siguiente que leo es la adaptación a tebeo de Ciudad de cristal, de Auster, en la que aparte de decenas de referencias comunes con Moore (El Jardín y la Torre, convertirte en tus personajes...) el tema principal también es el lenguaje y la relación significantes/significados (la magia, en palabra de mago. El arte, en palabra de artista), con escarceos respecto al juego especular de los nombres ficticios de los autores. Soy vaderetrocordero. Ese no es mi verdadero nombre. Debería dejar de leer esta mierda o acabaré como Don Quijote, del que el propio Auster dentro del libro, como un personaje más, dice que sólo se finge loco para mostrarnos lo crédulos que somos y cuántas mentiras estamos dispuestos a creernos por divertirnos. En este relato Daniel Quinn sigue a Peter Stillman y dibuja el recorrido de sus paseos sobre el mapa de Nueva York, igual que en esta exposición que tuvo lugar durante nuestra apocalíptica actuación. Moore hace lo mismo con los recorridos de Sir William Withey Gull en From Hell, trazando un pentáculo, a modo de rito pagano, que culmina en Whitechapel. Recuerdo la revelación que supuso encontrármela de pronto, como una epifanía, en un paseo por Londres con (de nuevo) El Meister. Mientras escribo esto, en clase de Geografía, el profesor pregunta a quién está detrás de mí que cual es su nombre. Brais, responde el alumno. Nunca lo había oído, dice el profesor. Es que es un nombre de mentira, bromea alguien. Risas. La clase termina.
Mañana, en el concierto de Arizona Baby, me encontraré con gente de nombre falso en la sala Mephisto. Quizá en la absoluta oscuridad de esa habitación olvide mi lengua y, como Peter Stillman, recuerde la de Dios. O simplemente, como Peter Stillman, me olvidaré de mí mismo.
12/3/10
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buen viaje, don Miguel |
Se ha ido el hombre, el periodista, el cazador que escribía. El escritor ya había desaparecido en 1998, según él mismo llegó a decir. Llegan ahora la historia, el epígrafe en los manuales de literatura española, el reconocimiento universal (del que no era muy amigo, dada su austeridad). Seguramente tampoco habría aprobado el tratamiento de "don", pero no puedo evitarlo. A riesgo de caer en el romanticismo, creo que hoy los castellanos hemos perdido una parte importante de nuestra identidad. También a nuestro cronista más auténtico. Al hombre que mejor supo describir esa extraña mezcla de integridad y miseria que supone ser de Castilla. Pero él se ha librado por fin de la enfermedad que le tenía encerrado y le impidió escribir una línea o cazar una perdiz en diez años.
Buen viaje, don Miguel. Y muchas gracias.
5/3/10
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estoesmejordejarquesepudra |
Así de primeras el afán de que se lo cuentes a todo el mundo para que consulte la página en nombre de la buena fe me suena a aprovechamiento de la coyuntura actual como oportunidad para hacer negocio, como promulgan esa pléyade de iluminados del reciclaje profesional y el coaching que inundan ahora los medios de comunicación y que se ganan la vida diciéndole a la gente que se pueden ganar la vida diciéndole a la gente que se pueden ganar la vida diciéndole a la gente… Un momento ¡Son ellos! ¿Es que no habéis aprendido nada de las hipotecas Subprime? Y en segundo lugar: Hay que DESCONFIAR de cualquier mensaje cuyo emisor no se identifica. Ocultar tu identidad es la primera norma del libro de texto para dar el palo en cualquiera de sus formas. Que no te digan claramente que este tinglado está a cargo del Consejo Superior de Cámaras de Comercio y financiado por Telefónica y El Corte Inglés (entre otros) huele a chusco, lo que demuestra la poca CONFIANZA que en realidad tiene el organismo en sí mismo y en sus posibilidades de conectar con el público sin este subterfugio de marketing perroflauta (sobre todo cuando no existe la opción de comentar los contenidos). Y además, citando a Aznar, ¿quién te ha dicho a tí que yo quiero arreglar esto? A lo mejor lo que quiero es terminar de mandarlo todo a tomar por culo, salir a la calle con horcas y antorchas a quemar sucursales de banco y coches de lujo. ¿Arreglarlo? Muy al contrario, me alegro de que se esté jodiendo por momentos. La crisis es una situación natural y necesaria para volver a poner las cosas en su sitio, la gran oportunidad que estábamos esperando. Este empeño en arreglarlo todo es insano. Quizá deberíamos empezar a pensar en arrasarlo de una puta vez, amputar por el trozo bueno, desenchufar a este viejo moribundo que es el capitalismo y dejar paso a otra cosa, que ya va siendo hora.
No son tontos. Saben que si desde el principio nos hubiesen vendido esta moto de “por favor, sigue comprando, por tu madre” desde tan popular organismo, lo mismo habrían encendido la chispa que hacía falta para que los inflamados ánimos del respetable hicieran volar por los aires este puto teatro. Porque no sé si os habéis dado cuenta, pero somos una cantidad de gente enorme. A las malas, a tortas, no hay quién nos lleve la contraria. Lo único que nos ha mantenido durante todos estos años con la cabeza metida en el retrete es, precisamente, esa sacrosanta CONFIANZA que ahora quieren recuperar a toda costa. Hemos dejado que nos mangonearan como han querido hasta el punto de que el único poder real que nos queda es dejar de confiar. Pero en realidad con eso basta.
No sólo hemos perdido la CONFIANZA en el sistema. Además estamos de muy mala hostia. Y lo saben. Por eso lanzan la piedra y esconden la mano de esta forma tan burda, lo que consigue que nos pongamos de mucha más mala hostia aún. No sé vosotros, pero yo no sólo no voy a arrimar el hombro para arreglar nada, sino que voy a hacer lo posible (y dentro de la ley, jugando con sus reglas, a mayor regodeo) para terminar de joderlo.
5/2/10
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síntomas inequívocos de que te haces mayor (a los treinta) |
- Que dependientes y camareros te tratan bien en tiendas y restaurantes.
- Que en el ascensor las madres les dicen a sus niños pequeños “Hijo, deja pasar a este señor”.
- Que en el hospital te atienden enfermeras más jóvenes que tú. A veces, en urgencias, hasta los médicos.
- Que el objetivo de tu peluquera no sea “remarcar” sino “disimular”.
- Que te cobren la tarjeta y las comisiones en el banco.
- Que declinas las invitaciones a tomarte la última.
- Que te apetece salir a dar paseos con tu (chica) mujer.
- Que te parece que los chavales en el autobús son escandalosamente ruidosos.
- Que hay chavales, y no son tú.
- Que te sorprendes pensando, avergonzado, “pero si es una cría” ante una tipa que, objetivamente, está muy buena.
- Que ya no concibes no viajar en preferente o no alojarte en un hotel.
- Que tienes resacas. Resacas de verdad.
- Que tu jefe tiene tu edad. O menos.
- Que te interesan cosas tan extrañas como la historia de tu ciudad o la actualidad económica.
- Que te da pereza salir de casa los fines de semana.
- Que a tu madre ya no le disgusta cómo vistes.
- Que en vez de denegarte las ayudas estatales simplemente no puedes optar a ellas.
- Que haces ejercicio, comes menos y bebes mucho agua.
- Que modelos y actores/actrices guapos ya no son más viejos que tú.
- Que los desconocidos te tratan de usted.
- Que cuando lees una historia o ves una película sobre una pareja con una gran diferencia de edad te identificas con el mayor.
- Que te levantas a comprar el periódico los domingos por la mañana.
- Que tienes corbatas. Y no por obligación, sino porque te gustan.
- Que te piden consejo.
Que haces listas de situaciones en las que te percatas de que te haces mayor.
31/1/10
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amaxofobia |
a.
Está sobradamente documentado que mientras conducimos concebimos nuestro cuerpo y el vehículo como un todo. Por eso, por ejemplo, cuando tenemos un golpe decimos “me han dado” y no “le han dado a mi coche”. Nuestra conciencia se expande y asumimos al vehículo como una proyección de nuestro ser. Por eso conducir mientras tienes una crisis de ansiedad ofrece una gran ventaja: En vez de estar exasperadamente atrapado en tu cuerpo estás atrapado en el habitáculo. Y eso es un espacio mucho más grande. La prioridad no eres tú, sino el vehículo en su conjunto. El peligro está en el resto de la circulación, no en el interior, y por lo tanto es un miedo mucho más racional. En vez de preocuparnos por una muerte súbita e inevitable pasamos a preocuparnos por un hipotético accidente, lo que en realidad es una parte inherente de la conducción y un temor necesario, porque el conductor que no albergue ni un mínimo rastro de él es un mal conductor: Es un temerario. Lamentablemente los ansiosos somos aún más peligrosos para nosotros mismos y para los demás por todo lo contrario: Somos temerosos. Nuestra conducta errática y nuestros sentidos hipersaturados durante el acceso nos impiden reaccionar naturalmente y anulan los automatismos adquiridos, necesarios para circular. Nos convertimos súbitamente en alumnos de autoescuela en su primer día y sin profesor.
b.
Mejorar la forma física no evita necesariamente las crisis de ansiedad, pero permite gestionarlas mejor. Si estamos acostumbrados a hacer ejercicio la taquicardia durante el acceso de angustia nos recordará a la natural y necesaria durante el esfuerzo físico, y nos permitirá preservar una parcela de lucidez mental en el agitado caos de nuestro interior. Estando en buena forma somos capaces de abstraernos y ver la situación desde fuera, situarnos como espectadores de nuestra propia crisis, lo cual ayudará a percatarnos de lo absurdo de la situación y restablecer los valores de cordura normales.
a+b= Experiencia reveladora. Jodida de cojones. Pero reveladora.
22/1/10
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todo es mentira |
Dos reportajes en el periódico, uno junto a otro. Primero, la detención de los aspirantes a bombero que provocaron el fatal incendio de Horta de San Joan sólo se produjo gracias a que uno de ellos, angustiado, confesó por teléfono (pinchado por orden judicial). Segundo, una docena de jueces y fiscales de la Audiencia Nacional ejercen ahora la abogacía defendiendo a los acusados de la Operación Malaya, a El Pocero o al jefe mafioso ruso Kalashov.
A la Niña Fatal le han cortado la ayuda al alquiler a partir de un escrito de renuncia que ella nunca redactó, mucho menos firmó y que nadie sabe dónde está. No es que a la Junta de Castilla y León se le haya perdido un papel (cosa que ya ocurrió, dejándola sin varias mensualidades), sino que ha aparecido uno de la nada que exonera a la administración de pagar sus deudas.
Hay un mail circulando por ahí contando que la pena por agresión es menor que por bajarte música de internet, y que el delito de repartir copias de discos gratis es más grave que el de repartir porno casero a la puerta de un colegio de primaria.
Ser moroso sale rentable. No importa la cantidad, una vez que tienes una deuda, cuanta más acumules mejor. Puedes comprar un bien a plazos, y si te mantienes en tus trece de no pagar las cuotas, al cabo de un número suficiente de meses la financiera te ofrecerá que pagues la mitad del importe sin intereses y sin contrapartidas legales, eliminándote de los listados de morosidad. Para casos más flagrantes sobre lo que ocurre cuando traicionas la confianza en el sistema económico, consultad a Enric Durá.
Un conocido me explicó hace años lo barato (judicialmente) que es matar en este país. Una vez que empieces da igual que asesines a uno que a seis. Los siguientes cadáveres solo son agravantes. Y si lo haces en coche, atropellando, sólo es una infracción de tráfico, aunque sea intencionadamente.
Que esta farsa que es la vida tal y como la conocemos se mantenga depende de un pacto social basado en la confianza hacia el Estado, las instituciones y los factores económicos, un pacto que hace tiempo que dejó de ser universal. Si el aspirante a bombero que confesó por teléfono hubiera mantenido silencio como su compañero (según el reportaje "más bregado en estos bretes" al acumular otras dos condenas) jamás les hubieran pillado. Su gobierno ya había encubierto su responsabilidad. Lo que les ha llevado a la cárcel es el peso de su conciencia. La educación. La confianza en su certeza del sistema. Un sistema que, por otro lado, falsifica documentos, pone al servicio de los criminales a sus mejores efectivos y precisa de los remordimientos de los culpables para administrar justicia.
Ya está naciendo la generación que no se ha creído esta mentira, que no le tiene respeto a la autoridad ni miedo a la justicia del Estado (¿acaso debería?). Una generación que no tiene ningún lastre educacional ni moral, que sabe que, si se empeñan en negar su crimen, su deuda o sus actos, saldrán indemnes y fortalecidos. Una generación Nieztcheana de superhombres que lo mandará todo a tomar por culo. Y me alegro de que así sea, porque nos lo hemos ganado a pulso.
En serio, ¿de verdad no os entran ganas de haceros terroristas a vosotros también?
7/1/10
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soltar lastre |
La mudanza desde casa de Jose a la de La Niña Fatal se está convirtiendo en una agonía interminable de viajes casuales con maletitas minúsculas, sin terminar de decidir cuándo me llevo la cama de palés, el plato de los vinilos, el ordenador y otras piezas de mudanza mayor. Para mudarse hacen falta ciertas energías que mi actual estado de nervios no me permite. Hace falta estar dispuesto hacer limpieza, a deshacerse de los objetos con valor sentimental, a desligarse de las cosas. Hace falta ser valiente. Mi psiquiatra/psicoanalista de barra cree que parte del conflicto que alimenta esta mala racha se debe a este vivir entre dos mundos, a no haberme mudado (en todos los sentidos) completamente, y está convencido de que cuando cierre por última vez la puerta de mi habitación como tal se desvanecerán no pocos fantasmas. Yo también lo creo. Pero en el proceso he descubierto que hay puertas mucho más antiguas todavía parcialmente abiertas. Mi cama reciclada sólo cabe en el trastero de mis padres, y para meterla ahí aún he tenido que desalojar antes un montón de bultos de mi ex gabacha que todavía acumulaban polvo allí abajo. Precisamente hoy, que he intercambiado un par de mails con ella sobre nuestros proyectos y esperanzas, he tirado a la basura muchas de las cosas inútiles (agujas de tejer, medicamentos, frascos de perfume vacíos) que todavía conservaba por el mero hecho de ser suyas. Y no me ha dolido en absoluto. He tenido la sincera impresión de estar soltando lastre para poder (ella en Lille, yo aquí) seguir ascendiendo.
Lo siento Marion. Voy a donar tu ropa a la beneficencia. Alguna yonqui de Pajarillos podrá vestir ahora con esa curiosa mezcla que tenías de gótica con perroflauta del oriente medio. Sé que, con tu desapego por lo material, tú habrías hecho lo mismo.